• 09/04/2024 00:00

La verdad sobre la migración en Panamá

En las últimas décadas, han sucedido fenómenos migratorios intensos en Panamá. Según la ONU en treinta años, entre 1990 y 2019, la inmigración permanente creció de 2,54% a 4,39% de la población del istmo

Panamá es un país creado esencialmente por inmigrantes. Casi todos los habitantes del istmo tienen un antepasado extranjero.

Europeos y africanos llegaron desde la conquista y primera colonización. También están llegando los kunas desde finales del siglo XVI empujados por los chocóes, ambos originarios del Chocó y Urabá colombianos. Parte de los indígenas de Chiriquí vinieron del Talamanca costarricense. ¿Cuál fue, en resumen, la verdadera historia del fenómeno?

Primero, recordemos que en 1911 un cuarto de los habitantes de Panamá había nacido en el exterior y la mitad de los de la región de tránsito entre las ciudades de Panamá y Colón, incluida la Zona del Canal. Así, salvo la población netamente indígena, más de la mitad de la población de hoy tiene por lo menos un abuelo, bisabuelo o tatarabuelo extranjero, en especial en las áreas urbanas. En adelante, en un país relativamente vacío, la inmigración continúa en los siglos XX y XXI.

En las últimas décadas, han sucedido fenómenos migratorios intensos en Panamá. Según la ONU en treinta años, entre 1990 y 2019, la inmigración permanente creció de 2,54% a 4,39% de la población del istmo. En 2023, entre 4.064.780 habitantes finalmente censados se empadronaron 249.201 “extranjeros residentes habituales” (6,1%), en su mayoría colombianos y luego venezolanos.

La mayor parte de esos inmigrantes permanentes estaba en cuatro municipios del Gran Panamá Metropolitano, 30.073 en el sector oeste (5,4% de su población), en los distritos de Arraiján y La Chorrera, y 169.504 en el sector al este del Canal (12,5% de su gente), en los distritos de Panamá, sobre todo, y San Miguelito. Vivimos igualmente el fenómeno abrumador de la migración de paso, temporal, realidad histórica desde hace cinco siglos, hoy exacerbada.

Durante 300 años, del siglo XVI a principios del XIX pasaron por el istmo centenares de miles de inmigrantes europeos, principalmente españoles y algunos italianos: conquistadores, colonizadores, funcionarios, militares, religiosos y una masa mayor de aventureros, y en 200 años, del siglo XVII a finales del XVIII fueron más de 100.000 africanos esclavos para mercados centro y sudamericanos. Pocos europeos y africanos se quedaron aquí, se mestizaron y son en gran parte nuestros antepasados. En el siglo XIX, en 15 años (1854-1869), tomaron el Ferrocarril de Panamá más de 375 mil personas, en su mayoría de paso. Fue migración de norte a sur, entre los dos océanos. Durante los 34 años de construcción del Canal, de 1880 a 1914, llegaron más de 150.000 personas de Norteamérica, el Caribe, Centroamérica, Sudamérica y Europa, además de algunos chinos, indios y judíos sefarditas y otomanos; la mayoría de los sobrevivientes partieron y los que se quedaron tienen muchos descendientes panameños.

Mientras, en 5 años hasta 2024 ¡casi 1.000.000 de personas pasaron ilegalmente por tierra, de este a oeste! En 2021 atravesaron Panamá más de 133.000 inmigrantes que llegaron a Costa Rica para seguir avanzando hacia Estados Unidos. Fueron 248.284 en 2022, en su mayoría venezolanos, seguidos de haitianos, ecuatorianos, senegaleses y cubanos que huían de dictaduras y miserias políticas, económicas y sociales.

Aparte de los visitantes temporales legales al istmo, 2.518.476 en 2023 (turistas, cruceristas, etc.), pasaron más de 520.000 migrantes ilegales desde Darién, de los cuales 20% eran niños y adolescentes, la mitad menores de 5 años. En 2024 se proyectan muchos más. Son víctimas de toda clase de crímenes, de muertes y desapariciones, robos y violaciones, cometidos por bandas organizadas armadas, además de los “coyotes” que cobran a los inmigrantes centenares de dólares por “ayudarlos” a traspasar la frontera con Colombia y luego encaminarse por la peligrosa y mortífera selva tropical, por montañas y ríos, plagada de animales ponzoñosos y de temibles bandoleros. Después de atravesar el golfo de Urabá, el migrante arriba a Panamá y comienza otra travesía infernal de 60 kilómetros por tierra en rutas diversas, que puede durar de cuatro días hasta una semana, para llegar a un poblado en la carretera panamericana.

Fenómeno migratorio que nos costó más de 80 millones de dólares en cuatro años y medio para mantener fuerzas armadas en Darién, transporte por carretera, alojamiento y alimentos en albergues temporales y cuidados médicos de migrantes durante su paso por Panamá hasta la frontera tica. Ellos siguen, pero hay otra migración más permanente, injustamente vilipendiada.

Los datos objetivos destruyen fácilmente los mitos y exageraciones que propagan algunos extremistas, alarmistas profesionales y xenófobos empedernidos. El inmigrante permanente es, en general, una bendición: a menudo adulto, con cierta educación y con ánimo de triunfar, llega para aportar sin que le haya costado nada a la sociedad. Infortunadamente hay algunos delincuentes de poca monta que ocupan la crónica roja y que parecen multitud, aunque constituyan pequeña cantidad relativa. En esa crónica sensacionalista se apoyan los vendedores de miedo, autoridades y hasta candidatos (con discursos de odio) a las elecciones, que en vez de gastar recursos en combatir la gran criminalidad acosan, descalifican y maltratan a personas que han escogido nuestra patria para vivir, invertir, trabajar y formar familias.

Panamá, por terror a la competencia intelectual/profesional, pone toda clase de trabas al inmigrante, hasta a médicos y docentes bien formados. Nuestro gobierno tomó en 2021 la errada decisión de dificultar la permanencia de extranjeros, la inmigración útil, aumentando de manera inconsiderada los costos de sus trámites burocráticos, parte de una actitud xenofóbica para tratar de culpar a otros, inmigrantes, de nuestros problemas en tiempos de crisis como el desempleo. Continúa vigente la empobrecedora normativa de restringir el ejercicio profesional en 56 oficios solo a panameños.

Una buena política migratoria debe apoyarse en una visión moderna, amplia y sensata de qué tipo de población queremos (pacífica, educada, tolerante, disciplinada, trabajadora), se promueve mediante normas que eviten la llegada de delincuentes o de fanáticos peligrosos, y debe ser ejecutada por funcionarios probos que entienden que el respeto de los demás es un rasgo profundo de civilización. Ojalá así lo comprenda el próximo gobierno que elijamos en mayo.

El autor es geógrafo, historiador, diplomático
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