• 22/07/2023 00:00

Latinoamericanos en la Gran Guerra

Iniciada la Primera Guerra Mundial, miles de jóvenes latinoamericanos se enlistaron en las fuerzas aliadas, particularmente en las francesas

“Es 1916, la taberna está atestada de soldados. Todos hablan de Verdún. Me acerco a un grupo que habla castellano. Y las presentaciones comienzan. Hay aquí un médico argentino, rico, de gran familia; un aviador chileno; dos literatos venezolanos; un joven del Salvador, y otro de Nicaragua, que me piden noticias de Rubén Darío y se ponen pálidos cuando les digo que ha muerto; un noble señor del Perú (…); un granadero mejicano y otro uruguayo… (…) Noto desde luego que me hallo entre intelectuales. Las citas filosóficas salpican, sin pedantería, la conversación. Emerson, Nietzsche, Gourmont, d’Annunzio, los maestros que han formado el pensamiento moderno del Nuevo Mundo, contribuyen a fortificar las discusiones” (Gómez Carrillo, guatemalteco, Crónicas de Guerra, 1917).

Iniciada la Primera Guerra Mundial, miles de jóvenes latinoamericanos se enlistaron en las fuerzas aliadas, particularmente en las francesas. Cuando se ha buscado entender esta conducta sin caer en una idealización del combatiente, la mayoría de las respuestas se han hallado en el altruismo, el compromiso sicológico de vivir algo excepcional, la defensa de la latinidad y “por el carácter específico de las relaciones culturales y políticas entre Francia y América Latina” (Needell, 1987).

El historiador Rodríguez (2017) cuando intenta determinar el número de latinoamericanos registrados como combatientes voluntarios en la Gran Guerra (1914-1918) señala que “un libro publicado por Charles Poinsot (1915) calcula un total de 32,000 voluntarios según los registros de reclutamiento de la Legión Extranjera, estimación que sólo contempla los dos primeros años de la guerra”, es decir, hasta finales de 1915. Añade que “un informe legislativo publicado por el diputado Henri Deslyons de Feuchin (1924) establece un conteo de 29,796 voluntarios”. El investigador francés Delaunay (1995) “considera que el total se situaría entre 30 y 40 mil combatientes” procedentes de 17 nacionalidades latinoamericanas, sobresaliendo México, Brasil, Argentina, Uruguay y Cuba seguidos de Colombia, Panamá, Perú, Chile y Ecuador (Guevara Mann, 2017). Las disimilitudes en las cifras -en este caso circunscritas a la Legión extranjera francesa- demuestran lo complicado que es fijar su presencia en la contienda. Las fuentes mencionadas no involucran a los voluntarios en el ejército regular francés donde las estadísticas se complican aún más.

Según Porch (1991), se produjeron tres oleadas de alistamientos latinoamericanos, el primero, de agosto de 1914 a junio de 1915 el más numeroso; el segundo, de julio de 1915 a junio de 1917 donde el voluntariado escasea; y el tercero, de renovado ímpetu, de julio de 1917 hasta el final de la guerra.

La edad de los combatientes latinoamericanos fluctuaba entre los 18 y los 30 años (Comor, 2007 citado por Rodríguez, 2017). Su origen laboral era muy definido, el 49% eran empleados de comercio, el 35% empleados de oficina y trabajadores manuales, y el 15% profesionales liberales. Es decir, procedían de las clases instruidas y medias de la región. “El peruano José García Calderón ilustra perfectamente este tipo de perfil: nacido en Lima en 1888, era hijo de Francisco García Calderón Landa, antiguo presidente del Perú durante la Guerra del Pacífico, y hermano del escritor e intelectual Francisco Calderón Rey (…) Viajó a París en 1906 para estudiar arquitectura en la Escuela Nacional de Bellas Artes. En agosto de 1914 se alistó como voluntario en la Legión Extranjera, pero fue transferido a un regimiento regular francés para efectuar trabajos de observación en globo gracias a su talento como dibujante. Murió el 5 de mayo de 1916 debido a un problema del paracaídas” (Rodríguez, 2017).

La cuota de sangre y dolor de Latinoamérica en la Gran Guerra fue sumamente alta, solo dos mil de los cuarenta mil enlistados regresaron con vida y varias decenas de ellos como inválidos de guerra. Pocos veteranos recibieron reconocimiento público a su regreso a América Latina, en muchos casos su vuelta al hogar fue anónima como lo dice el poeta nicaragüense Salomón de la Selva, enlistado en 1917, cuando se refiere al héroe desconocido: “Es barato y a todos satisface. No hay que darle pensión. No tiene nombre. Ni familia. Solo patria” (1921).

En el conjunto del ejército francés de ocho millones de soldados, la contribución latinoamericana pareció modesta en término numéricos pero fue clave para mantener el compromiso de todo un continente que siguió, desde el otro lado del mar, una conflagración que alteró las relaciones internacionales del planeta y preparó las condiciones para la Segunda Guerra Mundial.

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