Esta ratificación reforma los artículos 75, 80, 133, 152 y 154 de la Carta Magna salvadoreña, que también anula la segunda vuelta electoral y alarga el...

La violencia viene disfrazada de muchas formas en la sociedad actual. La vemos en sus expresiones más evidentes, como la violencia de género, la violencia política o la violencia física y psicológica. Pero, también se manifiesta en lo simbólico, en la descalificación, el abuso de poder, la intimidación y el silencio cómplice. Hay mil formas de violentar, agredir y amedrentar a otros. Ninguna es justificable.
“La violencia es el arma de quien no tiene la razón”, se dice, una frase atribuida a Mahatma Gandhi, aunque compartida por muchos pensadores que sintetiza una verdad irrefutable: quien recurre a la fuerza, pierde el argumento, pierde el ejemplo y pierde el respeto.
Días atrás, la Asamblea Nacional fue el escenario de un hecho violento, francamente lamentable y vergonzoso. Un acto repudiable desde cualquier punto de vista. Pero más preocupante aún fue la reacción de algunos actores políticos que, en lugar de condenarlo, buscaron justificarlo. Como si la violencia fuera aceptable cuando el otro no piensa igual.
Nada más peligroso que normalizar la violencia como herramienta en la vida pública. Porque lo que hoy se tolera, mañana se repite y lo que se repite, se termina normalizando e inclusive se institucionaliza.
Esta Asamblea tiene una responsabilidad enorme. Panamá atraviesa momentos muy complejos: desempleo, inseguridad, crisis de liquidez, desconfianza ciudadana y deterioro institucional, entre otros aspectos.
Ante este escenario, los diputados tenemos un mandato claro, legislar, dialogar y aportar soluciones a nuestros ciudadanos. No podemos seguir desviando la atención hacia espectáculos que deshonran el órgano Legislativo.
La ciudadanía exige madurez, decencia y resultados. Votaron por un cambio, por hacer las cosas diferente, y no podemos silenciar nuestra opinión ante este hecho que no representa la actuación responsable que debe demostrar cualquier funcionario elegido por su pueblo.
La violencia entre colegas no solo atenta contra la dignidad del recinto legislativo, sino que profundiza fracturas que se vuelven irreconciliables en lo personal y que atenta incluso contra lo ideológico. La política deja de ser el arte del consenso y se convierte en un campo de batalla, y en ese campo nadie gana, perdemos todos y pierde el país. Lo único que puede irrespetarse son las ideas, nunca a las personas.
Los 71 diputados fuimos elegidos por el pueblo, a cada ciudadano de esta gran nación nos debemos, nuestra obligación es responder con altura, no con golpes. Con propuestas, no con insultos. Con respeto, no con arrogancia.
Reitero, la violencia no debe tener cabida en la Asamblea Nacional. Es inaceptable. ¿Qué ejemplo les damos a nuestros jóvenes, a quienes observan la política con escepticismo, si toleramos que se actúe desde la violencia? ¿Cómo aspiramos a construir una institucionalidad sólida si desde el propio hemiciclo traicionamos los valores que exigimos al resto de la sociedad?
Hoy más que nunca, debemos demostrar que podemos disentir sin destruirnos. Que podemos debatir sin agredirnos y que ser diputado implica representar, dialogar, consensuar y nunca agredir o intimidar.