• 09/02/2011 01:00

En los lugares comunes

El profesor Franz García de Paredes siempre insistía en que había que separar el lugar común de los textos y del habla cotidiana. Así ap...

El profesor Franz García de Paredes siempre insistía en que había que separar el lugar común de los textos y del habla cotidiana. Así aprendimos a determinar su uso en el lenguaje y a saber cuándo era útil, porque se trataba de un artificio que permitía ejemplificar; pero también, su capacidad de emerger con su rostro de vicio lingüístico para afear la expresión.

Y es que el lugar común, a veces confundido con el estereotipo y pariente cercano de la perogrullada, se ejercita en diversos ámbitos con la equivocada idea de resaltar las cualidades de elocuencia del hablante. Pero la diversidad de tipos de discursos de la vida cotidiana, como el religioso, el periodístico, el deportivo, el cultural y el político están plagados de frases hechas que solo aportan ideas vacías y pura ‘cháchara’.

En el campo periodístico por ejemplo, al decir ‘los 365 días del año’ o ‘la lamentable muerte’ se cae en un lugar común, pues en el primer caso, se supone que solo hay una excepción (cada cuatro años) en que el año tiene 366 días y en el otro, ¿qué muerte no es lamentable? a menos que haya algunas que sean agradables, como en casos de accidentes o hechos relacionados con agresiones e incidentes policivos.

Pero este fenómeno del habla no solo pertenece a la época actual o es un reflejo de la sociedad contemporánea. Ya Quevedo la había percibido en el siglo XVII y con su fino olfato costumbrista, pudo referirse a ella como ‘perogrullada’ o verdades de Pedro Grullo y resaltar que el nombre ‘Pedro’ había sido sustituido por el de ‘Pero’, un frutal, según él.

Un par de siglos después, el autor de Madame Bovary, Gustave Flaubert, recogería de la burguesía francesa, mucha frase insulsa y armaría su Diccionario de lugares comunes, una forma de pensar emergente en esa época, un conocimiento popular construido sobre la superficialidad y que gracias al escritor se pudo hacer un perfil de este periodo en Europa.

El tema viene al tapete, pues en el país se vive constantemente de situaciones convulsas; en muchos casos de crisis que pudieran evitarse por un buen manejo del discurso político o científico y por el sentido común aplicado a la comunicación. Por ejemplo, la inestabilidad en Bocas del Toro se inició cuando hubo frases dichas por funcionarios que no fueron del gusto de la población.

Y en esas y otras expresiones se cayó en el uso de lugares comunes. Alusiones despectivas a los indígenas, colmaron el vaso de la intranquilidad ciudadana. Algo semejante ha ocurrido con la difícil etapa de la producción del agua potable y con el manejo de los incidentes de las inundaciones del Este de la provincia de Panamá y Darién.

Decía Álex Grijelmo que el idioma se enriquece y evoluciona por ‘millones de experiencias y de usos que confluyen en una costumbre, decisiones democráticas de los pueblos que actúan por su cuenta y enriquecen su lengua, pese a las influencias de las cúpulas sociales y de los medios de comunicación de masas, de los que generalmente emanan efluvios empobrecedores’.

Es precisamente en estos dos sectores donde encontramos un escenario propicio para el desarrollo de estos vicios en la interpretación de la realidad. La frase estereotipada de ‘Esto nunca debió suceder’ o en ‘... investigaremos hasta las últimas consecuencias...’ empiezan a repetirse y suenan tan huecas, como cuando se escucha en los medios de comunicación ‘el vital líquido’ o ‘el pan líquido panameño’.

‘De eso se trata’, es como una muletilla; al igual que palabras que funcionan como detonador de oraciones, tal como ‘realmente’, que inicia cualquier declaración o exposición, particularmente en los sectores profesionales.

Hubo un presidente de la década de los años sesenta que era famoso por responder a cualquier crítica ‘estamos tomando medidas’, frase que le ganó el apodo de ‘el sastre’. En ocasiones, los asesores de imagen, los expertos en protocolo, les recomiendan crear dichas frases con la finalidad de salir del paso en situaciones incómodas. Hasta los muñecos caen en estos trances, si no, observen a Casimiro con su ‘¡no me digas!’.

El lenguaje procede de un encadenamiento de la razón, diría Grijelmo. La realidad que vive el país es muy compleja por la transición hacia una sociedad moderna y se requiere de enfoques más profundos, esclarecedores y a veces tan sensibles que no pueden ser satisfechos con tanta mediocridad, desparpajo y grosería en los hechos y en los dichos.

La sociedad necesita nuevos enfoques, profundos y sin lugares comunes, que alumbren la realidad.

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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