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- 10/08/2011 02:00
Arnulfo Arias M., in memoriam
INGENIERO
El miércoles 10 de agosto de 1988, estábamos reunidos en las oficinas del Licenciado Guillermo Endara, Jorge Pacífico Adames, Napoleón Salazar, José Salvador Muñoz, Toty Barés, Joaquín Franco y mi persona. Eso lo hicimos casi todos los días. Eran los años de la crisis, analizábamos la política nacional, para luego llamar a mi tío, el Dr. Arnulfo Arias Madrid, en Miami.
La llamada se hizo a la 1:00 p.m, la contestó su esposa, Mireya Moscoso de Arias, quien, con un llanto apretado en la garganta, y entre sollozos, pudo por fin darnos la terrible noticia, ‘el Doctor ha Muerto’, eso había ocurrido solo 15 minutos antes, estaba llorando y sumida en una honda tristeza. El ‘shock’ nos abrumó, nos sentimos sorprendidos y adoloridos con la infausta y triste noticia. Le dije a Mireya que partiría en el primer avión y sumé a mi primo Gilberto Arias, a mis sobrinos Harmodio y Antonio Manuel Arias. Esa fue la reducida comitiva.
Allá en Miami, el cuerpo había sido trasladado a una capilla de servicios funerarios, y allí nos encontramos con Carlos Rodríguez (quien se portó como un hijo con Arnulfo), y con el gran amigo de él, Pancho Aguirre, quien había volado desde Washington. Estaban presentes también amigos exiliados en Miami, como mi hermano Tomás Arias, el Dr. Carlos John Adames y esposa, el Dr. Chocho y otros.
En la velación yo no quise verle la cara; preferí que mi último recuerdo fuese de un semblante feliz y familiar; también él le había expresado a Mireya que su ataúd careciera de una tapa de vidrio, pues quería que lo recordaran como siempre lo habían visto en vida.
El sábado a las 7:00 p.m. aterrizamos en Tocumen, pero de allí no salimos hasta la 9:30 p.m, debido a los trámites pertinentes. El aeropuerto estaba inundado de gente. Recuerdo que cuando Gilberto Arias y Carlos Rodríguez fueron a supervisar la bajada del ataúd del avión se encontraron con agentes de G—2 que querían violar la caja funeraria, por instrucciones de Noriega. Supongo que querían cerciorarse de que el cadáver era ciertamente el de Arnulfo. Ésta acción motivó un fuerte intercambio de palabras, y finalmente dejaron en paz al cadáver.
A la 1:00 a.m llegamos a la Catedral Metropolitana. Mucha, mucha gente se concentró en una cita espontánea en la vía de Tocumen, parada en los hombros de la carretera con pequeñas velas encendidas, y otras calles que obstruían el tráfico fluido de automóviles, conjugados en esa despedida como un repudio al régimen que nos asfixiaba.
Duramos cerca de cinco horas en el recorrido hacia la Iglesia Catedral. Recuerdo que al llegar y llevar el ataúd en andas por el pasillo principal, se escuchó un grito fuerte, profundo y a todo pulmón que decía ‘VIVA ARNULFO ARIAS, CARAJO’, era de voz de Juan Bautista Chevalier.
Noriega quería brindarle un funeral de Estado, y para ello comisionó al Arzobispo de Panamá, Monseñor Marcos Gregorio McGrath, a lo cual su esposa Mireya se opuso a que los militares, quienes le habían dado un Golpe de Estado al Dr. Arnulfo Arias, presidente Constitucional de la República en 1968, fueran precisamente los que ahora querían darle un Funeral de Estado. Ante esta negativa, Noriega solicitó el traslado del cuerpo hacia la Iglesia de Santa Ana, lo cual también fue rechazado por su esposa, lo único que se pidió fue la colaboración del Cuerpo de Bomberos de Panamá, y un carro bomba para que transportara el féretro hasta el cementerio. El carro bomba Centenario fue el que lo llevó a su última morada.
A las 4:00 a.m abandonamos la iglesia junto con Mireya, y recuerdo que un auto policial nos detuvo en la Avenida Balboa, que al pedirnos la identificación y al reconocer a la viuda, le dieron el pésame, le manifestaron que eran de raíces arnulfista y nos dejaron continuar.
La Iglesia Catedral se asemejaba a la peregrinación a un santuario. Miles y miles de ciudadanos de la ciudad de Panamá y del interior, de todas las tendencias sociales, religiosas, políticas y económicas acudían allí a rendir un póstumo saludo y tributo a un hombre que quiso que en su lápida y última morada se escribiese el siguiente epitafio: ‘Dr. Arnulfo Arias, Servidor de la Nación Panameña’. Allí se encontraban copartidarios, simpatizantes, y adversarios políticos, que reconocían la grandeza de éste hombre.
El domingo en la mañana, más de un centenar de jóvenes del Barrio de Santa Ana irrumpió en la Catedral, tratando de llevarse el féretro a su iglesia, aduciendo que Arnulfo se debía a su barrio y a su iglesia. Nos tocó al Licenciado José Salvador Muñoz y a mí dialogar con ellos, y traer también al párroco de esa iglesia para que depusieran su actitud.
El lunes 15, aniversario de su nacimiento, en una misa campal, que abarcaba el parque de la Independencia y sus alrededores, se le dio su último adiós. A mi hija Mercedes del Carmen Arias le tocó leer por parte de la familia una oración de despedida. Las cámaras de Univisión la enfocaron llorando.
Sobre esa misa hay un lienzo titulado ‘El último adiós’, que plasmó la impresionante y multitudinaria concurrencia.
De la Catedral salió, a pie, el cortejo fúnebre a eso de las 2:00 p.m., y llegó al Jardín de Paz cerca de las 8:00 p.m.
La ruta fue por la avenida Central hasta la Plaza 5 de Mayo, continuando por la misma, hasta la Iglesia Don Bosco, donde repicaron las campanas, seguimos por vía España, y luego nos dirigimos a la avenida Ernesto T. Lefevre, hasta el Jardín de Paz. A la altura del restaurante Waikiki, se escuchó, en un coro espontáneo: ‘Se siente, se siente, Arnulfo presidente’. Los balcones y calles estaban abarrotados de personas, cual abejas en un panal. Nadie se quedó dentro de las casas.
El espectáculo que se dio en el Jardín de Paz es digno de un escenario de película. Había miles y miles de velas encendidas, que, en una forma improvisada, las recogieron para iluminar el acto, cual estrellas en el cielo, iluminando una noche oscura.
La tumba donde reposan los restos fue cedida por Carlos Rodríguez.
Han transcurrido 23 años desde su desaparición física, y aún retumban los tambores de su doctrina en su partido. Su legado no deberíamos dejarlo perder.
Hay que regresar a las raíces, y para llevar a cabo su sueño, hay que unificar a todas las corrientes. Él lo hizo hasta con sus adversarios, los liberales, pero por un Panamá mejor para todos los panameños, especialmente los más necesitados.
Hoy, existe un relevo generacional, que no debe olvidar que la visión y norte del partido es Panamá, y su Pueblo. El querer emular su titánica figura, será un postulado de disciplina, sacrificio y amor patrio. A juicio mío, no existirá otro Arnulfo Arias.
A Juan Carlos Varela le digo que continué por la senda de Arnulfo, que camino se hace al andar.