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- 01/12/2012 01:00
¿Qué es ser maestro?
J osé Martí decía que ‘educar es poner al hombre al nivel de su tiempo’. Ese es el contexto en el cual debemos enfrentar el reto de ser maestro y educar. Por ello, es preciso recordar que la educación debe permitir al joven ingresar al mundo de la razón y por ella a la ciencia, a la tecnología y al trabajo, diciéndole al mismo tiempo que la mayoría de lo que se enseña es transitorio, que lo esencial será aprender a pensar y aprender a aprender por sí solos.
La educación es esencialmente educación para la reflexión. Educamos a seres humanos y los seres humanos somos, por sobre todo, racionales. De allí que el conocimiento no puede quedarse en la mera información, hay que privilegiar el discernimiento, la discriminación, la capacidad de juzgar los hechos y tomar posición sobre los acontecimientos.
Ese debería ser un reto esencial de la educación en valores. Paralelamente, la educación debe contribuir a universalizar la visión del mundo que tenemos, pero sin que perdamos nuestras raíces más profundas. Debe enseñar a convivir con lo efímero y, al mismo tiempo, sustentar en ciertos valores permanentes. Debe ayudar a entender que la competencia que estimula no debe cegar a la cooperación y la solidaridad que enriquece. Debe, en suma, orientar para enfrentar el futuro con determinadas certezas pero, al mismo tiempo, contribuir a la paz y el desarrollo de nuestra nación y de los pueblos del mundo.
Una dimensión esencial de la educación en valores tiene que ver con la solidaridad. El mundo actual nos condiciona al éxito. La única imagen que se salva es la del triunfador. Ser eficiente, emprendedor, decidido, hábil, agresivo, dinámico, juvenil, es un estereotipo en el cual se pretende sumergirnos. Pero el mundo no es así. Por cada ser humano exitoso hay miles que deben soportar la angustia del fracaso. Junto a los jóvenes sonrientes también están los desdentados, los enfermos, los humildes y desvalidos. La imagen del éxito es caso siempre individual, mientras que el fracaso suele ser colectivo. Según la norma generalizada para surgir hay que ser egoístas, hay que salvarse por sí solos.
Frente a esto, ¿qué nos queda a los maestros? Me atrevo a pensar que no solo la actualización del conocimiento y la búsqueda de la sabiduría. No solamente la pedagogía y la didáctica más modernas. Nos queda entonces un refugio: el lado humano de nuestra profesión. Estoy convencido de que la profesión de maestro es un ejercicio de valoración humana, de ternura y comprensión. Muchos dirán que hablar de ternura quedó para los frágiles, para quienes nada tienen que hacer en el mundo neoliberal que est á de moda, para los que se quedaron del tren, los desechables, los fracasados.
Sin embargo, creo firmemente que ser maestro ahora, debe ser un ejercicio de comprensión y de valoración del otro, de respeto, de lucha por la dignidad de los más débiles. Ser maestro es, entonces, saber cimentar desde la práctica cotidiana ese espíritu de solidaridad que nos diferencia de las máquinas. Ese es un flanco de nuestro trabajo en el cual difícilmente dejaremos de ser ú tiles.
Allí encuentro una razón fundamental para nuestro trabajo, en un mundo que cada vez reconoce menos nuestra tarea silenciosa. Probablemente esa sea la mejor forma de darle cara al futuro con nuestras propias y mejores armas. Posiblemente plantear estos temas sea ahora impopular o fuera de moda, pues la globalización también trae consigo atractivos y condescen der con los poderosos ha sido siempre un buen recurso de supervivencia. Sin embargo, la impopularidad en este caso debe ser, no solo una conducta impuesta por la razón, sino una exigencia ética de quienes deseamos conservar aún intacta nuestra sensibilidad.
MAESTRO Y DOCENTE UNIVERSITARIO.