• 26/05/2020 00:00

Cuando la mediocridad se convierte en la regla

“Querían que las escuelas privadas cerraran porque las públicas no estaban en capacidad de brindar buena educación por línea. En lugar de hacer a las públicas mejores y más dotadas, se pretendía que lo mejor fuera mediocre como el resto”

El diario español El Mundo publicó recientemente comentario del libro de Rodrigo Terrasa, intitulado La sociedad del sándwich mixto: por qué los mediocres dominan al mundo. Se refería a cómo la sociedad se va acostumbrando a lo mediocre. El mismo me hizo recordar 1963, cuando hice mi examen de admisión para ingresar a la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Panamá. Se trataba de una prueba de cultura general, con la cual se procuraba determinar si el futuro estudiante tenía capacidad para absorber los retos que el conocimiento de sus estudios superiores requeriría de él.

Ha pasado más de medio siglo de aquello. Los exámenes de admisión, sobre todo desde el cierre de la Universidad en 1969 tras el golpe de Estado del año anterior, fueron siendo cada vez más generales y fáciles. El populismo de entonces exigía hacer la educación superior accesible a las mayorías, aunque con ello se desmejorara la que existía. La masificación que se dio de la enseñanza obligó a bajar los estándares de tales pruebas: si no se hacía, se corría el riesgo de que no hubiesen estudiantes en los salones de clase. En lugar de reforzar la educación básica, se optó por desmejorar la superior. Esa política con el tiempo ha subsistido.

Comencé a enseñar allí mismo en 1975, luego de regresar de mi maestría. Apenas los grupos de estudiantes llegaban a 12 o 14. Daba gusto compartir con los alumnos. Me retiré de la docencia en 2009. Los atiborrados salones tenían 60 estudiantes. Se perdía por completo la relación directa con el estudiante. Se empezaron a dar cursos de mañana, vespertinos y de noche, para que así, pudieran estudiar todos. Se promovió el ausentismo de estudiantes y, peor aún, de profesores, porque ante tantos salones, había grupos que comenzaban a dar clases después de un mes o más de iniciado el semestre. Al estudiante solo le interesaba pasar, importándole poco si fuese a cambio de una educación deficiente.

Al que fracasaba o que, si simplemente no había asistido a clases, pero se había apuntado en la lista, obligatoriamente había que ponerle un examen de rehabilitación y, si no lo pasaba, podía apelar a esa decisión. En fin, en todo el sentido de la palabra, quienes vivimos todo ese ciclo, fuimos testigos de cómo la enseñanza superior llegó a insospechados niveles de mediocridad.

Como diría el periodista español que inspira este artículo, en lugar de satisfacernos con un buen plato de comida, nos fuimos acostumbrando a salir del paso y aceptar siempre un sándwich de jamón con queso, como si fuese la única escogencia posible. Y así, como utilice el ejemplo de la universidad, el mismo se puede dar en muchas de las facetas de nuestra vida en sociedad donde lo mediocre es lo que se impone.

Lo vemos en la política. ¿A quiénes elegimos para que nos gobiernen? ¿Acaso cuándo vamos a votar por algunos de ellos nos fijamos en su educación y en su bagaje intelectual? ¿O más bien, los escogemos en función de lo que nos han regalado en campaña o en base a lo que nos pida el jefe político del sector? ¿Y, cuándo llegan al poder nombran a los más capaces para hacer un mejor trabajo, o las designaciones se hacen para satisfacer algún compromiso político, familiar o amical? Se contentan no con el mejor plato, sino con el sándwich de jamón con queso del español o con una hamburguesa de 15 centavos del extinto café Pepsicola en los años sesenta, para ajustarnos a nuestro patio.

En esta pandemia lo hemos visto también. Querían que las escuelas privadas cerraran porque las públicas no estaban en capacidad de brindar buena educación por línea. En lugar de hacer a las públicas mejores y más dotadas, se pretendía que lo mejor fuera mediocre como el resto. Nos hemos acostumbrados a aceptar la mediocridad como la regla a aplicar. El buscar salir del paso rápidamente y sin menor esfuerzo nos ha arrimado a lo mediocre. Ello se aplica a la sociedad en general: a los gremios, sindicatos, asociaciones, iglesias; a los medios. Es un mal general. ¿Creen que si se hubiese escogido al más competente para dirigir la Caja de Seguro Social no estuviésemos mejor? ¿Creen que los sindicatos estarían mejor si no hubiese dirigentes eternos en sus mandos? ¿Piensan que los gremios estarían mejor vistos si opinan sobre todo lo que ocurre en el país y no solo en los temas que les interesa? ¿Por qué algunos medios como que se van pegando a la narrativa oficial?

Mientras nuestra sociedad no cambie ese rumbo sumergido en la mediocridad, seguiremos contentándonos con el emparedado de 15 centavos y el país nunca crecerá de acuerdo con el extraordinario potencial que tiene. Seguirán ocupando los espacios los más mediocres.

Reflexionemos: ¿será por eso por lo que dicen que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen?

Abogado y político.
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