• 21/07/2020 00:00

En memoria de un hombre justo y noble

“Sebastián Ricaurte Rodríguez Robles había fallecido en la madrugada, para sorpresa suya, de sus seres queridos, amigos y colegas en el hemisferio”

El pasado jueves 16 de julio un dolor muy amargo invadió a cultores del derecho constitucional en Panamá y América Latina. Sebastián Ricaurte Rodríguez Robles había fallecido en la madrugada, para sorpresa suya, de sus seres queridos, amigos y colegas en el hemisferio.

El lunes había intervenido como expositor en un evento con juristas rioplatenses, el miércoles estuvo como anfitrión a la Universidad Externado de Bogotá, donde participó en un conversatorio con constitucionalistas de una media docena de países del área. Su día empezó bien, como siempre, pero luego la noche lo envolvió sin previo aviso. Su sistema cardiovascular se lo llevó a lo infinito.

Todos los que conocieron a Sebastián saben que era una persona poco común. Quizás porque su integridad moral e intelectual eran simplemente el resultado de no ser capaz de actuar diferente, Sebastián ejerció la abogacía de modo ejemplar durante casi dos décadas, luego de ocupar por unos pocos años la Magistratura del Tercer Tribunal Superior, desde el que impartió una justicia sin mancha.

En medio de esta urbe globalizada, de prosperidad cuestionada o sospechosa, con sus torres de cristal que se yerguen junto a bolsones de pobreza, donde la sombra de la corrupción solo se alarga mientras el sol de la justicia declina, Sebastián se levantó cada mañana a cumplir con su rol de auxiliar de la justicia con una dignidad inquebrantable.

Nacido un 29 de diciembre de 1965, hijo de Francisco Rodríguez y Vera Robles (q. e. p. d.), creció en Aguadulce, provincia de Coclé. Terminados sus estudios secundarios se trasladó a la capital para matricularse en la Facultad de Derecho, en 1986. ¿Qué podría significar estudiar Derecho entre 1986 y 1991 para un joven estudioso y bonachón que podía palpar cada día cómo las instituciones de la democracia y la justicia habían alcanzado su máxima degradación?

Los estertores finales de la dictadura militar sepultaron la independencia judicial y la separación de poderes, premisas sin las cuales la justicia no es más que una broma de mal gusto. Dos caminos probables se abrieron a las mentes fértiles que compartieron el ambiente de reconstrucción de los años noventa: la lucha por la democracia y la lucha por la justicia. Dos caminos que corren separados, pero que en algún momento se encuentran.

Sebastián tomó el segundo camino. En la Facultad de Derecho lo impresionó la estatura intelectual de César Quintero, la erudición de Jorge Fábrega, la mente científica de Aura Emérita Guerra de Villalaz y el talento inigualable de Pedro Barsallo. Leyó las obras clásicas de los maestros sudamericanos que brillaban en el cielo del jurista culto y confirmó su vocación de la lectura de Eduardo Couture y los procesalistas italianos.

Mientras se desempeñaba como asistente del magistrado Fabián Echevers, Sebastián sustentó su tesis de licenciatura. Mostró allí su vocación por el debate judicial y se fue convirtiendo en un especialista de una disciplina tan exótica como necesaria en nuestro medio: ¿cómo hacer justicia? Es decir, un fallo lo puede hacer cualquiera, pero redactar toda la cadena de argumentos de forma lógica y con fidelidad al expediente y con la pretensión adicional de hacer Justicia, bueno, eso requiere de unas habilidades de lenguaje escrito y pensamiento abstracto que en todas partes son consideradas excepcionales.

Para profundizar sus conocimientos, este noble hijo de Aguadulce viajó a la Universidad de Buenos Aires, a estudiar bajo la guía de Néstor Pedro Sagüés, uno de los grandes maestros latinoamericanos del Derecho Constitucional y Procesal Constitucional. Allí trabó amistad con quienes hoy son renombradas figuras del constitucionalismo argentino y sudamericano. Sebastián fue el primer panameño en formar parte del Consejo Asesor del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional (fundado en 1974). En el 2015 fue elegido presidente de la Sección de Panamá, cargo que ejercía en la actualidad.

Pese a que Sebastián nunca fue profesor universitario a tiempo completo, se tomaba muy en serio la docencia en el Derecho y la ejercía como lo que debe ser: la fe en que un mundo más justo es posible solo si los hombres y las mujeres aprenden a ser justos. Con frecuencia, universidades, públicas y privadas, lo invitaban a dar cursos y conferencias en áreas de su especialidad.

Pero Sebastián no era un pensador utópico. Apasionado lector del Quijote, Sebastián vivió con un profundo sentido de realismo, quizás condensado en aquella frase: “No puede impedirse el viento, pero hay que saber hacer molinos”. Su contribución al Proyecto de Código Procesal Constitucional es evidencia de que el futuro del Estado de derecho se adornará con las luces que nos dejó Sebastián.

Abogado y profesor de Derecho Constitucional.
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