• 15/06/2025 00:00

Memorias imborrables de mi papá

Durante estos últimos meses he estado en medio de un proyecto de vida, escribiendo mis memorias, a manera de dejar constancia de los momentos y recuerdos vividos. La experiencia de escribir el libro de mi papá hace un par de años con motivo de su centenario fue enriquecedora. Sin duda, el ejercicio generó mucha satisfacción entre los miembros de la familia y me hizo pensar que debía comenzar a escribir la mía. Al final, nadie mejor que yo para contar mi propia historia.

Y haciendo referencia a lo anterior, y sobre todo en torno a la celebración de un día del padre, surgen muchos recuerdos definitivos que me hacen sentir bien. Por ejemplo, hace apenas unos días leí que Pete Rose fue sacado de la lista de no elegibles para el salón de la fama. Y precisamente recordaba aquel verano de 1978 cuando Rose entró en una seguidilla de juegos bateando de hits, acariciando el tan codiciado récord de 56 juegos seguidos de Joe Di Maggio. Y aunque Rose llegó hasta 44 partidos, mi experiencia con mi padre escuchando los juegos por radio y leyendo las noticias del día siguiente aún perduran en mi memoria.

Recuerdo en 1968 cuando estaba en cuarto grado traje un buen boletín con excelentes notas y mis padres me regalaron un radio pequeño que llevaba en el bolso de libros para escuchar los juegos, especialmente cuando lanzaba Bob Gibson. Esos días apostábamos un real para ver quién adivinaba el número de carreras permitidas ese día por Gibson y el ganador se llevaba todo el botín. Gibson terminó ese año con un ERA de 1.12 y un récord de 22-9. Escuchábamos los juegos durante el recreo, en el bus de regreso a casa y en cada momento que pudiéramos.

La verdad es que mi papá fue el que me enseñó a escuchar béisbol por radio, a través de la señal de la emisora del Southern Command Network (SCN). En aquellos tiempos, el béisbol era un verdadero pasatiempo. Los juegos se transmitían por radio en las noches durante los días de semana y en las tardes los fines de semana, y siempre en inglés. Los narradores de esos tiempos hacían del béisbol una actividad entretenida y digna de seguir. Las jugadas vocalizadas, el lenguaje utilizado y las metáforas sugeridas convertían un juego por radio en una clase de inglés intensivo.

Sin embargo, el sello distintivo de escuchar un juego de béisbol por radio era saber comprender el silencio del locutor, porque el silencio muchas veces hablaba por sí solo. Mi padre me enseñó que podía haber belleza en la redacción, pero también a seguir el juego únicamente con lo que te daban.

Recuerdo una tarde de un sábado saliendo de Penonomé hacia la ciudad y veníamos en el auto con mi papá y su conductor Antonio “Botello” García, y como era costumbre sintonizamos la emisora SCN. Ese día jugaban los Dodgers de Los Ángeles contra los Cachorros de Chicago, lanzando Sandy Koufax y narrando el legendario Vin Scully. Recién encendimos la radio, escuchamos que el juego estaba en la quinta entrada y a Koufax no le habían bateado hits. Desde ese momento los oídos de todos en el auto se volcaron a escuchar el juego para no perder pista de una sola palabra. Aunque Botello no entendía inglés, siguió el “play by play” como si estuviera sentado en el estadio.

A medida que avanzaban los innings y caían los “outs”, la intensidad del partido se ponía cada vez más emocionante. Y llegando la última entrada, el estilo único de narración de Scully hizo inmortal cada movimiento del lanzador Koufax al describirlo cuando subió al montículo como el lugar más solitario del mundo. Pasó revista del Dodgers Stadium, que ese día tenía una audiencia de 29.000 espectadores y colocó al nervioso Koufax en medio de un millón de mariposas. Con sus parábolas y líneas de locución, pudimos visualizar de cerca cuando Koufax se limpiaba un dedo en los pantalones y se revolvía el cabello con la gorra. Al final, tras el último strike y el ruido de una multitud ensordecedora, la radio guardó silencio durante 3 minutos.

Por supuesto, no todos los juegos son perfectos y el tiempo aire muerto suele ser peligroso. Y un oyente exigente necesita saber qué está pasando. Pero ese día, en ese auto y con mi papá y “Botello” atentos a las incidencias, los tres supimos respetar el momento y guardar silencio. Sin saberlo, mi papá sutilmente me enseñó a escuchar béisbol por la radio. Con calma y mucha paciencia, a su mejor estilo.

*El autor es empresario
Lo Nuevo