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- 28/11/2018 01:01
La mentira, un instrumento político
El fiscal brasileño que investiga los hechos de corrupción en ese país y otras regiones, le preguntó a Marcelo Odebrecht, exgerente de la empresa que lleva su apellido, ‘¿Usted a cuántos políticos cree que ha logrado corromper en los últimos 15 años?'. El indagado contestó inmediatamente: ‘... pero yo no he corrompido a nadie, estos políticos ya eran delincuentes cuando los conocí...'.
Esta respuesta remite al cuestionamiento sobre lo valedero de su contenido. ¿Es verdad o mentira? ¿Lo cree el propio autor? ¿Es consciente de la trascendencia de sus afirmaciones? Es una declaración que debe concebirse en el momento específico para intuir su alcance. Si se analiza desde el punto de vista político, tendrá un interés inusitado y puede constituirse en materia de análisis para comprender su verdadero sentido.
Ana María Martínez de la Escalera, en una investigación denominada Mentir en la vida política, afirma que ‘La mentira estará estrechamente vinculada con el uso del lenguaje en circunstancias determinadas'. Esto quiere decir que la época o situaciones específicas van a condicionar el discurso y a brindar el perfil específico para vislumbrar el objetivo de lo que se dice; más que el significado de lo expresado.
Si exponemos esto en el contexto de la retórica, arte de la elocuencia para deleitar, persuadir o conmover, vamos a percibir el alcance de la mentira como una herramienta necesaria para la política; pues ella es una especie de animal mítico que ha caminado en la historia de los grupos humanos y es tan anciana como ellos; pero que ha adquirido una sofisticación, que ha llegado hasta estos momentos en el siglo XXI.
Platón estudió este fenómeno en varias obras, La República y Las leyes, y llegó a considerar que la mentira era una especie de poción que permitía curar algunos males sociales de la época. Así logró definir la ‘mentira útil' o ‘bella mentira'; en griego pharmakon khésimon. Y descifró sus ornamentos para llegar a decir que, en ocasiones, aparece más enriquecida que su contraparte.
Cuando un político promete algo que lógicamente resulta difícil de concretar, requiere utilizar elementos retóricos y adorna su exposición. Lo hace de tal forma que la audiencia se obnubila por los destellos de la oferta y sin precisar en ese momento la consistencia o lógica de los argumentos, se adhiere a los ofrecimientos y puede llegar a actuar públicamente en actividades propuestas por quienes le susurran al oído o a los sentidos.
En una campaña política, sucede que los candidatos que deben someter a la población sus proyectos, prefieran utilizar las herramientas de la oratoria y construir sus propuestas sobre las expectativas de la comunidad y no a partir del enfoque sensato y razonado del programa político que se proponen realizar en caso de llegar al poder. Dice Miguel Catalán que ‘la falsedad es la principal arma de la potestad para mantenerse al mando'.
Se aprecian los más ambiciosos ofrecimientos. Se toma una especie de manual. Se colocan los grandes temas de una gestión gubernamental; en la economía, lo social, seguridad, trabajo, vivienda, entre otras y se llenan cual rompecabezas con frases agradables donde se perciban las soluciones específicas. Incluso hasta sellar los huecos en calles y avenidas. Nadie sigue la pista a tal altruismo propositivo, pues no existe el delito de falsedad política.
Es un doble engaño. Quienes eligen aceptan las propuestas porque es lo que desean escuchar y los elegidos, porque constituye lo único que garantizará resultados a su favor. Históricamente, nos hemos acostumbrados a esa doble sensación satisfactoria que demuestra superioridad de un lado e inferioridad del otro.
La actividad política debe cambiar sus estrategias y plataformas; basarse en honestidad no mesiánica, al menos en sus discursos. Lo requiere urgentemente la sociedad.
PERIODISTA