• 15/06/2013 02:00

¿Cómo era mi padre?

E stimo más difícil escribir de forma genérica sobre nuestros padres que de nuestras madres, por razones muy simples y sencillas. Nuestr...

E stimo más difícil escribir de forma genérica sobre nuestros padres que de nuestras madres, por razones muy simples y sencillas. Nuestras madres se fajan diariamente en los detalles de nuestras necesidades básicas desde el momento de nuestro nacimiento, aún cuando sean profesionales o no que trabajan fuera de casa; no se les escapa ningún detalle desde ese momento crucial del alumbramiento; enseñándonos a succionar de su pecho el elemental sustento, recuerdo que llevamos en nuestro corazón, para siempre.

Nuestros padres, salvo excepciones, claro está, por tradición o costumbre, se dedican a la búsqueda del sustento de la familia, a buscar la estabilidad o seguridad económica de la familia. Los encontramos siempre preocupados por el cumplimiento de su profesión u oficio y, si son campesinos, como lo era el mío, de que si llueve o no llueve, de que si las siembras darán buenos frutos o si las cuantas vacas que pueda tener sufren a consecuencia de una sequía; porque de ello depende el sustento diario de su familia.

Los padres son un poco diferentes, tal vez por su condición de varones, son un poco más toscos al tratarnos, dejando ver su machismo y su hombría. La ternura y el amor que sienten por sus hijos los llevan como guardados, no sé si en su alma o su corazón; lo cierto es que en los momentos menos pensados, lo expresan muchas veces a su manera, muy diferente a las expresiones casi diarias de nuestras madres. Sencillamente, son diferentes a nuestras madres.

Mi padre era un hombre campesino, sencillo, humilde (a pesar de ser tan sabio), no sabía leer ni escribir, razón por la que cuando aprendí, fui su maestro para que, por lo menos, pudiera firmar cualquier documento. Fue, después de mi profesor de Matemáticas, a quien le decíamos CATETO, el mejor para sacar cuentas de memoria y con la rapidez del rayo, no he conocido otra persona con mayor facilidad para los números.

Poseedor del mayor tesoro de dichos y refranes; mismos que utilizaba a diario para comunicarse o hacerse entender, temeroso de la ‘ira’ del Señor y respetuoso de los preceptos de la religión muy propias de la gente de la Región del Canajagua, sin dudas por la influencia del país ibérico que catequizó y evangelizó a la gente de aquellas y otras regiones de América.

Dueño de un carácter jovial, pero enérgico; su palabra valía más que mil documentos firmados. Debo reco no cer que tenía un carácter al que mi abuela decía de ‘lunático’, porque a veces amanecía según me contaba ella, de un humor diferente y era difícil comunicarse con él. Pocas veces tuve que lidiar con eso, ya que aprendí a quererlo y a tratarlo en los momentos en que era más accesible, ese fue mi secreto; pocas veces nos disgustamos o me ‘envainó’, quizás por esta habilidad de mi parte.

Tal vez mi condición de huérfano de madre desde muy pequeño, lo llevó a ser diferente, a ser cariñoso y comprensivo conmigo, casi siempre. Tanto así que al contraer segundas nupcias, me llamó aparte y me dio la siguiente instrucción: ‘No discutai con FULANA, acordate que ella no es tu mama, por más que quiera serlo; todo lo que no te parezca correcto me lo decií a mí y yo lo arreglo’. Jamás tuve problemas con mi madrastra, ya que, de forma mágica, él los arreglaba con ella.

Así fueron mis estudios; en primer grado allá en mi pueblo, me compró personalmente un cuaderno y un lápiz y me dijo: ‘Mirá, vo vai a la escuela a aprendé. Si no querei aprende, me avisai, porque yo tengo trabajo pa vo’, no volvimos a hablar de escuela hasta que fui en febrero de 1963 y le dije: ‘Oye papá, quiero que veas mi diploma de Bachiller en Ciencias’; me miró, suspiró largamente y me dijo: ‘Ahora dedicate a trabajá, pa’ que tengai una familia y una buena vida y acordate que pa’ eso hay que sé muy hombre’.

Cada día que pasa, cada año que transcurre tengo más claros los sentimientos que me supo transmitir mi padre y lo que es más importante para mí, cada día esos sentimientos y enseñanzas cobran mayor actualidad y siento la necesidad de recurrir a los recuerdos de las tantas situaciones en las que él recurría a ese lenguaje campesino tan claro y diáfano como las cristalinas aguas de los manantiales que nacen en la cima de nuestro muy querido Canajagua, para inculcarme para siempre lo bueno y lo malo de la vida y de lo que para cada padre deben significar sus hijos y su familia.

Admito que si bien mi padre no fue el mejor padre, sí fue uno de los mejores y, sobre todo, mi mejor maestro. El mayor homenaje que he podido ofrecerle, es haber transmitido a mi pequeña descendencia la mayoría de sus preceptos y buenas enseñanzas.

FOLCLORISTA, COMPOSITOR Y ESCRITOR.

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