• 08/09/2025 00:00

Mirada tanatológica de una madre frente al suicidio

Septiembre es el Mes de la Prevención del Suicidio, por lo que considero oportuno abordar este fenómeno tan complejo a través de la tanatología, disciplina científica que estudia la muerte, el proceso de morir y el duelo.

Como tanatóloga y madre que ha vivido la devastadora experiencia del suicidio de mi hijo de 14 años, me siento llamada a compartir mi postura sobre este tema, no solo desde el conocimiento profesional que he adquirido, sino también desde el dolor y aprendizaje que atravieso en mi vida. Hablar sobre el suicidio es crucial porque sigue siendo un tema rodeado de estigmas y silencio, lo cual dificulta la prevención y el apoyo adecuado para quienes lo necesitan.

El suicidio es una decisión donde intervienen factores externos e internos de la persona. Desde mi perspectiva, uno de los elementos más significativos es la desesperanza, sentimiento que nace desde las vulnerabilidades emocionales, los factores genéticos e incluso enfermedades mentales. A esto se añade la poca tolerancia, la frustración y las dificultades que encontramos a lo largo de la vida, y situaciones estresantes que parecen insuperables para el suicida. Sumado a lo anterior están las barreras sociales y culturales que nos llevan a estigmatizar la salud mental, a los sobrevivientes del suicidio y a minimizar los problemas que no entendemos porque no nos han tocado de cerca.

Considero que el suicidio es una manera más de morir, donde una persona toma la decisión de dejar de sufrir, donde se elige desde la desesperación, las pérdidas y otros motivos que tal vez nunca tendremos claros. Es el desenlace muy desafortunado para los que le sobrevivimos, pero la terminación del sufrimiento para el que toma la decisión. Entender esto es muy difícil, pero nos exige como sociedad cambiar nuestra percepción sobre la salud mental y la desesperanza, reconociendo que nadie está exento de enfrentar momentos oscuros.

Adicionalmente, hablar de forma abierta sobre trastornos mentales como la depresión, que muchas veces se heredan o se desarrollan en silencio, nos ayudaría a superar la falta de educación emocional y la empatía respecto a estas condiciones, así como las creencias limitantes que nos transfieren nuestros familiares a lo largo de la crianza.

El suicidio de mi hijo me enseñó que detrás de este acto hay mucho dolor y este no nos permite ver la vida o las circunstancias con claridad. Como tanatóloga, he aprendido que el duelo por suicidio es uno de los más complejos debido al estigma que lo rodea. Sin embargo, también he entendido que la educación y el acompañamiento emocional son herramientas poderosas para prevenir y sanar. Y que no podremos prevenir todos los suicidios, pero podemos trabajar cada día por que las personas visibilicen esta muerte y cómo podemos ayudar a los que atraviesan este camino.

El suicidio no es solo un acto individual; es un reflejo de las luchas internas. Como madre y desde la tanatología, creo firmemente que es nuestra responsabilidad romper los estigmas, abrir espacios de diálogo y actuar con empatía para prevenir que más personas lleguen a ese punto de desesperanza. Si las personas comprenden que detrás de cada pérdida hay una historia que necesita ser escuchada, podremos construir una sociedad más compasiva, consciente, respetuosa y con más empatía.

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