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- 11/03/2009 01:00
La grandeza de la mujer
A propósito del Día Internacional de la Mujer han vuelto con saltos repentinos las voces que inexplicablemente condenan a las mayores virtudes femeninas, tristemente etiquetándolas en una categoría similar a la de castigos sociales.
En el caso hay varias exposiciones que de alguna manera intentan demostrar que ser madre y esposa es casi un flagelo, algo así como un delito un menos precio a la dignidad de la mujer.
Pero antes de blandir una justa y pertinente defensa de los roles que la mujer tiene como inherentes a su naturaleza, prefiero, pensando en la citada celebración, rendir un homenaje a las mujeres que han preferido con hidalguía ser damas a plenitud y saber que sus mayores aportes a la sociedad parten por no querer ser hombres y mucho menos disputarles un espacio sin sentido, teniendo ellas un lugar privilegiado en la convivencia civilizada.
Primero, ser mujer implica la oportunidad única de albergar la vida de otro ser en sus entrañas, una bendición del cielo (si así quiere entenderse), pero además la capacidad emocional de guiar a ese pequeño individuo durante sus primeros años de vida, transmitiéndole seguridad y refugio con su voz y su presencia, un proceso natural que no tiene comparación y que desvirtúa cualquier argumento que menosprecie ese privilegio.
Luego es imposible omitir la capacidad que tiene la mujer para ser una esposa, algo que solo con disciplina y amor se logra acometer hasta el final. La esposa que cuida de su casa que forma a sus hijos y guarda la honra de esposo como si fuera la suya propia, solo merece elogios y no menosprecio por haberse dedicado a su familia.
Es un hecho que no podemos excluir juzgar a las mujeres que dedican su vida al desarrollo profesional como una opción excluyente, que deja fuera de sus propósitos la conformación de una familia. También es absolutamente imperdonable mirar a la mujer únicamente como instrumento de procreación o sirvienta perpetua.
Pero pensando en mi madre, mi esposa y mi hija, tengo nada más que elogiar a la mujer que supo educarme con sacrificios y esfuerzos, que tuvo por más importante la vida de sus hijos que la suya propia. A ella desearle mi eterno homenaje por atreverse a ser madre y permitir que eso la convirtiera en una gran mujer. Mi esposa que ha debido jugar un papel equilibrador en la balanza de la vida también es igualmente meritoria de todo el respeto que pueda profesar por su firmeza y haber además tenido el valor de ser madre. Y mi hija, que apenas alcanza a decir “mamá”, es una oportunidad para rendir en ella tributo a su madre y abuela, educándola para que ella también se atreva a vivir sin temores de ser madre o esposa, sabiendo que así se convierte en una gran mujer.
A través de estas tres mujeres quiero destacar la voluntad de tantas y tantas mujeres que caminan entre nosotros cada día siendo ellas mismas, desarrollando una profesión y que con igual cuidado luchan por sus hijos, su esposo y su hogar, convirtiéndose en nada menos que una “Gran Mujer”.. felicidades..
-El autor es periodista.acharris@laestrella.com.pa