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- 27/08/2025 00:00
La democracia hoy: entre la fatiga y la urgencia de renovación

Gran parte de la humanidad se encuentra en una encrucijada política. Ante una realidad marcada por la creciente insatisfacción ciudadana, el deterioro de las instituciones y el ascenso de liderazgos personales por encima de las estructuras colectivas, los países con regímenes democráticos viven lo que vengo denominando desde 2018 en una situación de “democracias fatigadas” y que ahora está en camino de entrar en un escenario de posdemocracia.
He identificado dos rasgos centrales de este desgaste a base de la experiencia latinoamericana: por un lado, la fragmentación y el debilitamiento de los partidos políticos, que han perdido su capacidad de representación colectiva y democrático-participativa; por otro, el reemplazo de la política programática por candidaturas personalistas, construidas con ayuda de expertos en comunicación más que con una visión ideológica coherente. Esta tendencia ha erosionado la identificación ciudadana con los partidos, debilitando el vínculo entre sociedad y representación política.
El escenario digital ha profundizado este fenómeno. La inmediatez, la manipulación informativa, el anonimato y la “economía de la atención” han reforzado los patrones de una sociedad líquida donde los ciudadanos demandan respuestas rápidas, pero también se sienten cada vez más alienados del sistema político. No debe olvidarse que sólo el 6,7% de la población mundial utilizaba Internet en 2000, frente al 67,4% actual y que al inicio del siglo no existía ninguna de las redes sociales que se usan hoy.
La fatiga democrática no necesariamente anuncia el colapso; aún persisten frágiles vectores de esperanza, como los procesos electorales libres, competitivos y periódicos que siguen operando como anclajes fundamentales, incluso en contextos convulsos. Esta continuidad institucional confiere legitimidad y mantiene abierta la posibilidad de reinvención democrática.
Junto a ese diagnóstico, hay cierto consenso a la hora de alertar sobre amenazas concretas al ejercicio democrático: la desigualdad lacerante, la penetración del crimen organizado, la desinformación, la polarización extrema y la militarización de ámbitos civiles erosionan la confianza democrática y empujan hacia soluciones autoritarias.
Otro factor estructural es el debilitamiento institucional. En este sentido, la concentración de poder en el Ejecutivo, el ya referido debilitamiento de los partidos, la corrupción sistémica y la carencia de expectativas realistas entre la ciudadanía minan la calidad del sistema democrático. Esta combinación también erosiona el capital social, alimentando una cultura política individualista, desconfiada e incluso apática.
Además, la persistencia de problemas estructurales—como la inseguridad cotidiana, la precariedad laboral, el acceso limitado a servicios básicos o una educación desigual—convierte al Estado en un referente conflictivo: se le exige control y protección, pero muchos procesos democráticos no han logrado garantizar justicia social ni seguridad real. La frustración acumulada encarna otro tipo de riesgo: retroceder hacia versiones autoritarias o abandonar la legítima demanda de participación.
Entonces, ¿hay un camino a seguir? Resulta urgente llevar a cabo un ejercicio urgente de reactivación democrática. Restaurar la legitimidad institucional a través de una mirada crítica sobre qué significa, hoy, ser parlamentario, partido, institución. Rescatar la política como vocación profesional, no como mero trampolín personal. Proteger las reglas del juego: elecciones libres y confiables, por supuesto, pero, a la vez, reformar los partidos ateniéndose a los cambios profundos registrados en la sociedad virtual. Pero también establecer límites claros al ejercicio del poder y, sobre todo, reintegrar a la tecnología democráticamente, no ceder ante el dominio de las megacorporaciones empresariales.
Surge así la necesidad de cuatro renovaciones urgentes:
1. Renovar partidos e instituciones: recuperar su capacidad de mediar, de articular demandas colectivas, de formar liderazgos legítimos y conectados con la ciudadanía.
2. Modernizar la democracia sin perder su esencia: usar la tecnología y la IA para ampliar la participación, la deliberación y la transparencia, alejándolas del dominio corporativo.
3. Fortalecer el Estado social democrático de derecho: no como modelo estatista, sino como horizonte institucional que brinde respuestas reales frente a la inseguridad, la desigualdad y la fragmentación social.
4. Revalorizar el capital político y social: fortalecer la sociedad civil frente a la pulsión maximalista del individualismo, restablecer la confianza en la política y recuperar espacios de deliberación pública.
En suma, la democracia latinoamericana enfrenta retos profundos, estructurales y contemporáneos: fatiga institucional, actores individualistas, imposición del capital digital, y el déficit estatal para responder a las demandas de la ciudadanía. Pero aún se puede contar con herramientas democráticas: las urnas, las reglas, la ciudadanía, incluso la tecnología si se encauza con visión pública. El desafío es, precisamente, usar esas herramientas desde la propia democracia, sin renunciar a ella ni a su capacidad de regeneración. Solo así se podrá transformar la fatiga en impulso, y evitar la astenia. Solo así se podrá soslayar la amenaza de la posdemocracia, esa suerte de limbo político que se yergue atenazado por el incremento de las autocracias de diferente cuño y el debilitamiento global e imparable de la calidad media de la democracia en el que el mundo está inmerso.