• 25/11/2016 01:03

Mujer: desigualdad y violencia

No hay duda de que la mujer ha alcanzado grandes logros y no pocos avances en el ejercicio de sus derechos y en la igualdad con sus semejantes

No hay duda de que la mujer ha alcanzado grandes logros y no pocos avances en el ejercicio de sus derechos y en la igualdad con sus semejantes. Pero esa mujer que ha sido inspiración permanente de poetas, crucial en la caída de imperios poderosos y que ha sido capaz hasta de fundar naciones, sigue aún confrontando en la actualidad, no solo grandes obstáculos para su integración y desarrollo plenos, sino soportando grandes injusticias y no pocas desigualdades. En el mundo de hoy dos de cada tres personas analfabetas son mujeres y el 60 % de los pobres está constituido por ellas. Siguen siendo las principales víctimas del desempleo, del empleo precario y de las agresiones familiares; de los salarios injustos y el estereotipo de las profesiones; de las limitaciones a la participación política y a la preservación de su salud reproductiva.

Una de las lacras más infames que padecen las mujeres son las agresiones y maltratos machistas y misóginos que sufren por su género. Ello evidentemente es reflejo de una compleja problemática que rodea y determina los actos violentos contra las mujeres y cuya solución pasa primeramente por comprender las claves que los sostienen socialmente. El maltrato hacia las mujeres sigue haciendo de nuestras sociedades conglomerados humanos injustos y desiguales.

De allí que nada será nunca suficiente para profundizar en la necesidad de la visibilidad y sensibilización social, hacia el cada vez más extendido problema de la violencia contra las mujeres. Violencia que en ninguna de sus formas y manifestaciones —física, sexual o emocional— representa hechos de carácter aislado o está desprovista de una serie de mitos y prejuicios que, aún en nuestros días, suelen dificultar la comprensión a plenitud de esta realidad como un verdadero problema social y de derechos humanos.

Este fenómeno cultural, social y económico de alcance universal y que solo a fines de la década de los 80 comenzó a adquirir la prioridad que merecía, fue catalogado recientemente por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como ‘un problema de salud global de proporciones epidémicas'. Y es que las cifras son tan alarmantes como aterradoras y alcanzan no solo los hogares y los centros laborales; sino también los centros de estudio y la vida pública y política de las mujeres. Así, de cada 3 mujeres en el mundo una ha sido víctima de maltrato físico o sexual, por alguien a quien conoce o en quien confiaba; mientras que en el 99 % de los casos es el hombre el que ejerce esa violencia sobre la mujer. Todo ello en un mundo marcado predominantemente por la violencia y que, según el Informe ‘El Progreso de las Mujeres en el Mundo 2011-2012', todavía existían 603 millones de mujeres y niñas viviendo en países donde no existe protección alguna frente a la violencia doméstica y otras 2600 millones, donde la violencia conyugal no estaba penalizada.

En nuestro país, la situación no resulta muy distinta a lo que acontece en otras latitudes. Según cifras de la Defensoría del Pueblo y otras fuentes, desde el 2009 hasta el año 2014, 357 mujeres han muerto de manera violenta y de ellas, más del 65 % de sus muertes había sido considerado como feminicidios.

Es evidente que las diferentes formas que adquiere la violencia contra las mujeres tienen entre sus principales causas directas expresiones inequívocas de discriminación, opresión y de inequidades de género. Pero todo ello descansa, es bueno saberlo, en las desigualdades que históricamente se han ido configurando a través de las estructuras sociales y de poder que la humanidad ha venido construyendo y que explican, en gran medida, las diferencias marcadas en los roles sociales entre los hombres y mujeres. De ese modo es que se sostienen las inequidades en los diferentes ámbitos humanos y se perpetúan las relaciones de explotación, violencia, dependencia y abuso hacia las mujeres.

Cuando han transcurrido casi 17 años desde que la Asamblea General de las Naciones Unidas declarara el 25 de noviembre como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, no hay duda de que se pueden constatar algunos avances y progresos en esa dirección y en la superación de las marcadas desigualdades que se tienen con los hombres, en las esferas laboral, familiar y social.

Sin embargo, en el caso de nuestro país, queda mucho por hacer todavía en el terreno legal y laboral; en la creación de centros de atención especializados; en la prevención primaria; en las políticas públicas y en la lucha contra el sexismo predominante en nuestros principales medios de comunicación y agencias de publicidad. Asimismo, urge profundizar en las causas, consecuencias y factores de riesgo que hacen de la violencia hacia las mujeres un instrumento de control y dominación social.

INGENIERO AGRÓNOMO.

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