• 10/09/2023 00:00

Muros que hablan

“[...] nos hablan los muros de Belfast, escuchemos sus valiosos mensajes”

Todo lo que divide y separa una comunidad, tanto interior como exteriormente, debe verse con sospecha, pero más con rechazo, por formar una innegable barrera a la proximidad de los seres humanos que la conforman.

La universalidad de aceptación que siempre ha existido por la convivencia social humana, sin barreras físicas o de otra índole, en cualquiera agrupación de personas, comenzó a dibujarse en lontananza desde tiempos pretéritos, por razones muy válidas.

En primera instancia, precisamente porque la convivencia, con su contacto personal, nos empuja a unirnos y a liberarnos de nuestro miedo innato a la soledad, tan arraigado a la naturaleza humana. Es más, ese contacto físico nos ayuda a minimizar la importancia de nuestras diferencias individuales, corolario de esa libertad interior tan necesaria y querida por los humanos, que muchas veces crea prejuicios perjudiciales basados paradójicamente en nuestra soledad y el miedo provocado por nuestra ignorancia del prójimo.

En nuestro territorio, las cercas que marcaban la línea fronteriza entre la antigua Zona del Canal estadounidense y Panamá, crearon antipatías entre panameños y “zonians”, deformando de manera visible la percepción del prójimo, convirtiendo esa barrera en amenaza y ofensa dolorosa para nuestros conciudadanos y en instrumento de poder para los norteamericanos.

Esta terrible alianza entre amenaza y poder la vemos multiplicada con mayor fuerza en los “muros de la paz” de Irlanda del Norte, principalmente los que vemos en su capital Belfast, que separan a católicos, a su vez republicanos e irlandeses, de sus conciudadanos protestantes, que se ufanan de ser unionistas y británicos.

Los primeros de estos muros se construyeron en los años 20 y 30 del siglo pasado, en ese campo de contradicciones compuesto por las autoridades británicas y los independistas republicanos irlandeses, consecuencia de su oposición a casi 800 años de ocupación y dominio ingles sobre Irlanda.

Hoy existen 34 kilómetros de imponentes muros de diversos materiales y dimensiones, la mayoría con 5.5 metros de altura, conformando “líneas de la paz” en zonas limítrofes (“interface áreas”) de Belfast, construidos mayoritariamente desde 1969, para separar las comunidades católicas de las protestantes.

Cabe recordar que desde que el parlamento británico creó en 1921 Irlanda del Norte (14 mil kilómetros cuadrados o una sexta parte de Irlanda) y la separó del resto del territorio irlandés se desató una guerra civil liderada por Sinn Féin (“Nosotros”, en irlandés) para recuperarla a la fuerza, que solo recién en 2005 decidieron hacerlo de forma pacífica.

Muchas de estas murallas, cual fortalezas de ignorancia e incomprensión, están decoradas con murales llamativos y coloridos que destacan sus respectivos puntos de vista, cual voceros que claman en el desierto, como muros que hablan de su dolor.

¿Por qué esta tragicomedia sectaria europea nos debe importar al resto del mundo?

Primero, obedeciendo el poético mandato de Calderón de la Barca de “querer a quien las padece”, podemos decir que, al solidarizarnos con esas dos comunidades, estos muros son nuestro “consuelo de desdichas” para mejor atacarlos con tino y cautela.

Además, esa finalidad humana de convivencia social sin barreras sirve para calmar las pasiones de los pueblos y dotarlos de nuevos y más profundos ideales y anhelos, con los cuales podemos acabar con perjuicios y apreciar mejor al prójimo.

Ya lo dijo Unamuno: “el hombre para la idea y el cuerpo para la sombra” (no al revés), para expresar su convicción de que los ideales están difusos en nuestras propias vidas y acciones, no en sistemas filosóficos, si bien así puede quedar por fuera mucho de lo periférico de la vida.

Ese perímetro excluyente abarca todo lo cambiante cuando tratamos a otras personas, a merced de nuestras propias convicciones filosóficas, porque estas también pueden ser barreras tan altas como muros, con poder para dividir y separar, por lo que se deben adecuar a las circunstancias para acercarnos mejor al prójimo.

De todo esto nos hablan los muros de Belfast, escuchemos sus valiosos mensajes.

Ex funcionario diplomático.
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