• 28/07/2013 02:00

Aparecida: la Virgen Negra del Brasil

La advocación mariana a la Virgen —negra— Aparecida es profesada en el Brasil. El continente brasileño lo habitan aproximadamente 190 mi...

La advocación mariana a la Virgen —negra— Aparecida es profesada en el Brasil. El continente brasileño lo habitan aproximadamente 190 millones de almas, con 123 de fieles católicos, lo que la hace la población católica más grande del mundo. Aparecida es considerada, además, como la diosa del amor y la maternidad en una religión brasileña con raíces en África occidental y su piel morena hace que resulte particularmente atractiva a negros y mestizos, comunidades que representan la mitad de la población de ese país.

La tradición cuenta que la imagen sin cabeza fue rescatada de las aguas por pescadores, quienes luego encuentran la pieza faltante durante la misma faena. El milagro de la Virgen Aparecida ocurre de manera inmediata y lo revela la abundancia de peces en ese momento de necesidad, evento que avala su advocación mística.

La imagen del Virgen Aparecida transmite dulzura emplazada en elementos cósmicos universales. Está de pie sobre una luna creciente adornada con un ángel y levanta sus brazos sobre su pecho en señal de oración, de sus labios nace una leve sonrisa y su cabello lleno de flores. Su vestido y su capa tienen numerosos pliegues y luce perlas en su cuello. La imagen de la Virgen Aparecida tiene una altura de apenas 39 centímetros (15 pulgadas) con una corona de oro y una capa de terciopelo azul que la hace lucir un poco más grande. La pequeña estatua se encuentra en la Ba sílica Menor, templo cubierto de 18,000 metros cuadrados y que puede albergar 45,000 personas, el mayor templo católico fuera del Vaticano.

La Virgen Aparecida representa la unidad racial del Brasil y arropa bajo su diminuta talla la comunidad católica más grande del planeta. Según el padre José Arnaldo Juliano dos Santos, capellán e investigador de Sao Paulo, Aparecida ‘... es quien unifica a todo Brasil, quien trasciende todas las divisiones de raza, clase, región y religión y nos une a todos como un pueblo’.

Tuve el privilegio de estar frente a la imagen de Santa María la Antigua en una pequeña capilla lateral de la Catedral de Sevilla en España, en 1992. Este es un óleo probablemente de data medieval. Años después encontré referencia de ella en la obra Sevilla y las Flotas de Indias (2001) de Carmen Mena García, cuando describe la imagen bordada en los pendones de la expedición que zarpa de Sevilla al Darién en el siglo XVI.

Años más tarde y como resultado de una profunda experiencia personal, que llamé ‘epifanía mariana’, dediqué esfuerzos en ubicar una imagen de Santa María la Antigua. Mi esfuerzo no descansó, llevando mi interés a hacer caminar a mis amigos por todos los rincones y tiendas religiosas en Se villa sin resultado. Roberto Castiñeira, desde la capital Hispalense, me dio la mala noticia de que no existe —al menos en Sevilla— una imagen de Santa María la Antigua. La imagen de la Santa María la Antigua que ha llegado a Panamá en el último año ha sido una representación —para no llamar invento— basada en la pintura que existe en la Catedral de Sevilla.

Hoy la Iglesia Católica panameña, junto con la administración de Gobierno y actores económicos, en el marco de los 500 años del avistamiento del Pacífico y la celebración de la primera diócesis americana, proponen la idea de invertir millonarios recursos para erigir una ciclópea imagen de la Virgen María —blanca— en uno de los sitios más prominentes de la ciudad.

Cuando reflexionamos sobre la escala de representación monumental y los símbolos en las sociedades que las genera, es necesario pensar en el significado que ello implica donde el asunto de las escalas de la Vir gen de Aparecida en el Brasil y Santa María la Antigua en Panamá y la diferencia entre sus 39 centímetros y metros respectivamente me motiva estas letras. Aparecida con sus escasos 39 centímetro —su tez negra— dice más al mundo que el invento blanco panameño de 39 metros de altura a la entrada del Canal de Panamá.

En el contexto la visita del papa Francisco al Brasil, país con la comunidad católica más grande del mundo y la Basílica de la Virgen de Aparecida, el capricho de una imagen en fiberglas de 39 metros de altura en Panamá, me parece una idea con poco sentido simbólico y objeto de reflexión.

Como cristiano y católico, reconozco la modestia de Aparecida consecuente con el mensaje de pobreza y solidaridad que divulga el papa Francisco hoy al frente de la Iglesia Católica.

La gigante mariana panameña es disonante y contradictoria en una sociedad opulenta y de profundas disparidades sociales y lejos de los principios solidarios que promulga la Iglesia Católica, monumento cuya escala hace referencia a la ostentación y un desdén a enfrentar importantes retos dentro de una sociedad de grandes abismos e inequidades humanas, espirituales y materiales.

ARQUITECTO.

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