• 05/11/2020 00:00

El oficio del historiador

“La iniciativa tiene como propósito llamar la atención sobre la inexistencia de una normativa que regule esta profesión, ausente en los manuales de cargo del Estado panameño […]”

Recientemente, un grupo de historiadores y profesionales de las ciencias jurídicas nos apersonamos a la Asamblea Nacional y presentamos un anteproyecto de ley, cuya finalidad es el reconocimiento del Oficio de Historiador.

La iniciativa tiene como propósito llamar la atención sobre la inexistencia de una normativa que regule esta profesión, ausente en los manuales de cargo del Estado panameño; el proyecto genera un gran debate sobre el fundamento de la Historia como disciplina científica y el rol de sus oficiantes.

El Oficio del Historiador no se trata de tener una visión de ver o describir hechos o situaciones; por el contrario, su eje fundamental consiste en interpretar sucesos resultados de la producción de diversos ambientes interconectados por situaciones sociales, políticas y económicas, entre otras. En ese sentido, el estudio adecuado y comprobación de fundamentos transcendentales que forman el oficio de historiador, por lo delicado, debe estar revestido de formación metodológica, filosófica y pericia para investigar hechos concretos conducentes a orientar el devenir de la sociedad.

Estudiar los procesos históricos -científicamente- convierte este oficio en columna fundamental de los mecanismos o factores que transforman o frenan el desarrollo. Permite un mejor conocimiento de las luchas sociales, los modelos políticos, económicos, las formas de Gobierno, su interés por lo que cambia y lo que permanece en el contexto de sociedades afectadas actualmente por la pandemia de la enfermedad por coronavirus, COVID-19.

Ante este escenario, toca a los historiadores, como a otros profesionales, analizar qué está pasando; sobre todo, de qué manera vamos a aportar conocimientos para la rearticulación de sociedades más equilibradas en cuanto al desarrollo del recurso humano. Es cierto, la profesión de historiador es “Un oficio importante. Así lo es, como cualquier otra profesión moderna. Los historiadores no curan enfermos ni construyen casas, máquinas cosméticas, sino algo más delicado y sutil, contribuyen a la construcción de la memoria nacional, regional, étnica o humana, universal”. Como lo indica Collingwood, es una forma de autoconocimiento que nos permite saber quiénes somos, quiénes no somos; de dónde venimos y en qué sentido caminamos. Quien agrega, además “es verdad que hay muchas interpretaciones y que los historiadores no conocen exactamente el futuro, pero también es cierto que la diversidad de historiadores -a partir de sus propias convicciones- ofrecen conocimiento de lo que somos y si bien no sabemos exactamente hacia dónde vamos, sí podemos deducir que la historia desde que empezó hasta ahora, marcha en el sentido de buscar siempre un mayor bienestar humano, un amplio dominio sobre la naturaleza, justicia social y una completa humanidad…”.

Como complemento a lo escrito, anotamos algunas recapitulaciones de la “Apología para la historia o el oficio del historiador”, interconectadas por distintas interrogantes, entre estas ¿para qué sirve la historia?, una pregunta que, al primer contacto con ella, podría parecer ingenua o sencilla de responder. Apología para la historia o el oficio del historiador no solo contiene escrita esta pregunta al comienzo, sino que, a lo largo de sus páginas, Marc Bloch intentará demostrar que definir la utilidad de esta disciplina no es para nada sencillo, ya que de por sí la historia es una ciencia difícil (de hacer, y de entender). Junto con Lucien Febvre, estableció su tesis sobre una nueva forma de hacer y pensar la historia, quebrando con concepciones clásicas y trascendiendo los límites de los análisis de las Ciencias Sociales.

Apología para la historia o el oficio del historiador reproduce de forma crítica los problemas y dificultades que atañen a la historia. Pone en manifiesto diversas dudas acerca de la historia que atraviesan tanto al sujeto que la estudia como a las personas que se desenvuelven en cualquier otro ámbito científico. “Pero yo no escribo únicamente, ni, sobre todo, para el uso interno del taller”, expone Bloch, y luego afirma “Cada ciencia, tomada de manera aislada, no representa sino un fragmento del movimiento universal hacia el conocimiento… resulta indispensable [saber] unirlos”, (Bloch, 2001 [1949]: 51).

Para el autor referido, decir que “la historia es la ciencia del pasado” es como algo absurdo, y, desaprobando ideas tradicionalistas, niega el hecho de que hacer historia solo significa contar acontecimientos relacionados por haberse producido en un mismo momento del pasado. En efecto, postula que la historia, en verdad, es la ciencia de los “hombres”. Pero… ¿acaso esta afirmación no suena incompleta? En este sentido, en páginas posteriores, el autor añade “… de los hombres en el tiempo”. El historiador no solo piensa lo “humano”. “La atmósfera donde su pensamiento respira naturalmente es la categoría de la duración” (Bloch,2001 [1949]: 58). El tiempo histórico es un asunto que está presente a lo largo de todo el libro, debido a la lucha por reforzar la concepción de que lo histórico va más allá de lo cronológico y meramente acontecimiento, y que en verdad se trata de cambio con continuidad, donde la cuestión temporal de lo histórico sería abordaba varias veces y desde distintos planos.

De allí que la finalidad de presentar esta propuesta está muy lejos de inclinarnos a una discusión estéril sobre determinar quiénes son los historiadores verdaderos y los no verdaderos. Caer en esta situación, evidencia un claro y olímpico fenómeno de discriminación social y profesional, propio de mentes que se autodenominan “ilustradas”.

Profesor de la Universidad de Panamá.
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