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A raíz de las manifestaciones juveniles que en los últimos meses se han tomado distintas ciudades en todo el mundo, han vuelto a surgir las típicas pugnas intergeneracionales donde vuelan los reproches y las etiquetas en todas las direcciones. Los jóvenes que marchan en Europa contra la crisis ambiental planetaria, los estudiantes que iniciaron las protestas en Chile liberando la entrada del metro, los que han protagonizado las últimas manifestaciones por el #NoAaLasReformas en Panamá… en todos los casos se han generado opiniones encontradas, pero lo común han sido las comparaciones y referencias a 'millennials', 'centennials' (con menor frecuencia) o 'boomers'. Estos últimos –nacidos entre el '46 y el '64–, se han mostrado especialmente cascarrabias con respecto a la juventud que protesta, y rápidamente se han convertido en el blanco de la más reciente ola de chistes y memes en Internet.
Para muestra, entre los jóvenes ha proliferado el uso de la frase “ok, boomer” para desestimar con ironía las opiniones consideradas anticuadas, insensibles o fuera de lugar por parte de cualquiera que pertenezca a esa generación. Incluso una joven diputada neozelandesa la utilizó en días pasados para silenciar a un colega mayor que quiso interrumpirla en plena sesión, y los jóvenes panameños de capas medias, protagonistas de las recientes protestas por el #NoAaLasReformas, también han aprovechado la tendencia para hacer rabiar a sus detractores, cuya facilidad para enojarse los ha hecho presa fácil del sarcasmo y la ironía millennial.
Anteriormente he argumentado que utilizar estas categorías etarias en Panamá es problemático. Al ser etiquetas que corresponden a contextos sociohistóricos ajenos al nuestro, resultan insuficientes para pensar la realidad, además de que pretenden explicar fenómenos sociales complejos reduciendo sus causas a estereotipos simplistas que dejan de lado el análisis de clase, ideológico, étnico-cultural, entre otros matices importantes (ello aun en Estados Unidos, que es donde se originan). Aun así, es inevitable que la gente las utilice coloquialmente, y no deja de ser cierto que, pese a sus insuficiencias explicativas, estas construyen narrativas que refuerzan identidades generacionales, así como pertenencias y disidencias.
La identidad en general, pero en particular la generacional, suele ser problemática o polarizante porque, además de implicar conceptos abstractos, se construye siempre en oposición a un Otro. Es obvio que cada generación ha tenido que lidiar con situaciones propias del contexto histórico que le ha tocado vivir, y que estas circunstancias generan distintas visiones del mundo, pero si además añadimos la velocidad y complejidad con que cambian los códigos de comunicación en tiempos de Internet, donde los emojis, las retóricas y las imágenes están en resignificación permanente, es lógico que recrudezcan los conflictos entre distintas generaciones. Al mismo tiempo, parece haberse intensificado la tendencia de reducir los problemas de la sociedad a las acciones y los errores de una generación o de otra, y es una visión explotada por los medios de comunicación que se nutren de la polémica vacía.
Sin romantizar ni fetichizar la juventud, el pasado 7 de noviembre fue un día histórico en que los jóvenes manifestantes del #NoALasReformas plantearon sus demandas y reivindicaciones en la Asamblea Nacional, y fueron vistos y escuchados por todo el país. Nunca, o al menos no en la historia reciente, se había visto tanta diversidad en ese recinto, ni se había abordado la desigualdad en tanto principal problema del país. Para muchos —tanto jóvenes como no tan jóvenes—, este hecho ha reavivado la esperanza de construir un país diferente, pero también ha sido mal recibido por muchos otros que temen al cambio (ok, boomers).
No somos lo suficientemente conscientes del continuum histórico del que somos parte, ni de la interdependencia de los fenómenos y de los seres humanos más allá de grupos etarios con sus respectivos nichos de mercado. Al igual que no todos los jóvenes desdeñan la experiencia y la sabiduría acumulada por sus mayores, tampoco todos los mayores miran de menos y subestiman a la juventud, pero lo cierto es que la superación de las actuales crisis dependerá de que sepamos conjugar la experiencia y el conocimiento de los que tienen más recorrido, con el ímpetu y la visión fresca de quienes apenas comenzamos a luchar, entendiendo que en ambas es posible encontrar sabiduría transformadora.