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- 20/08/2022 00:00
Los oligopolios impiden un Estado barato
El Estado aparece en la historia de la humanidad cuando las sociedades llegan al punto en el cual las contradicciones entre los grupos eran inmanejables, antagónicas, que se hacía pertinente la creación de este supra aparato para ordenar las relaciones sociales humanas. La cuestión es que nos encontramos que este organismo se convirtió en un instrumento eficaz con el cual los grupos de mayor poder se complotaron para dominar al resto, impidiendo cualquier vía para que se liberaran de sus sojuzgamientos y opresiones.
El ordenamiento político-jurídico sintetizado en el organismo llamado Estado ha procurado, a través de la historia, evitar que los de abajo cuestionen y modifiquen las reglas establecidas por los de arriba, elaboradas según su medida. Sin embargo, y aquí viene lo feo, muy feo, de este ordenamiento, las reglas no las hacen para cumplirlas ellos, sino solamente para aplicárselas a los de abajo. He aquí la tragedia de un Estado cuya función es regular, ponerle orden a los de abajo, no a los dueños de los oligopolios, que vienen a representar a los de arriba de la pirámide social.
Estamos hablando, de un Estado que, a pesar de las leyes existentes de fomento del libre mercado, lo menos que ocurre es eso y no porque Saúl Méndez o Maribel Gordón lo impidan, como lo repiten incautos y mercenarios de las élites. Basta con preguntarse ¿Por qué si la Ley 6 que regula el mercado energético establece que ninguna empresa generadora de energía puede controlar más del 25% de la generación, hay una empresa llamada con tres letras que controla, según cálculo de expertos, más del 70% de esta? Para recontraperjuicio al ambiente, nos encontramos que en vez de irse reduciendo la emisión de carbono (CO²) nuestro país ha quintuplicado la contaminación del ambiente por razón de generación de energía con combustibles fósiles, entre 1990 y 2021. Y, a que adivinan cuál empresa estará poniendo a funcionar su segunda planta a base de gas (combustible fósil) en el sistema energético este año… Exactamente, esa misma, la de las tres letras, por tanto, en vez de reducir la generación de gases que calientan el planeta, los oligopolios impiden que el país cumpla con lo que se comprometió en las cumbres internacionales para enfrentar el cambio climático.
Ahora bien, en el sistema energético, el control de los oligopolios no resulta solamente en que un par de empresas se lleven la mayor tajada del mercado, sino que lo hacen a costa de mantener altos precios en el servicio eléctrico. Incluso, se dan el caché de no generar energía, comprarle energía a “las de abajo” —hidroeléctricas más pequeñas que la producen con precios más baratos— y la venden a las distribuidoras a precios más altos. He aquí —como en la canasta de alimentos— que aparece la misma lógica que encarece precios al pueblo, el mismo tipo de personaje funesto, el gran intermediario.
En este sentido opera el Estado protector de los oligopolios, aprieta a los de abajo, libera a los de arriba. Si hay presión de los de abajo, introduce la fórmula mágica para bajar la presión: El subsidio. Con esto no toca las exorbitantes ganancias de los dueños de los oligopolios, porque tal fórmula mágica la pagamos los de abajo con nuestros impuestos, cuyo peso es acrecentado cuando se emplean empréstitos con los agiotistas internacionales, como ocurre en nuestro país desde 1990. Es lo mismo que hace con los engañosos precios topes de alimentos y medicamentos, donde los de abajo-los verduleros, los del minisúper del chinito, las pequeñas farmacias, junto al pueblo consumidor-pagamos doblemente la utilización del Estado para satisfacer la insaciable codicia de los de arriba.
Lo pagamos, a través de los altos precios de los bienes y servicios de primera necesidad, lo pagamos con nuestros impuestos para saldar la deuda externa, pero, además, lo pagamos para que los dueños de los oligopolios tengan más recursos para financiar a los diputados que aprueban las leyes de su conveniencia; esto se ha demostrado en los debates del diálogo único de Penonomé, al que los oligopolistas y sus mercenarios llaman el monólogo. Lo cierto es que a estos les resulta cada vez más difícil ocultar que los oligopolios impiden un Estado barato.