• 25/10/2008 02:00

El país de los políticos

En el ajedrez político panameño, como diría ese gran maestro del periodismo Rafael Núñez Zarzavilla, las piezas comienzan a acomodarse y...

En el ajedrez político panameño, como diría ese gran maestro del periodismo Rafael Núñez Zarzavilla, las piezas comienzan a acomodarse y lógico está, los protagonistas inician el movimiento de sus respectivas fichas.

La sagacidad, la inteligencia, la astucia y el aprovechamiento del parpadeo de los oponentes, permitirán a cada uno de los protagonistas empezar a ganar terreno, buscando que al derribar una y otra ficha, al final puedan ponerle jaque mate al Rey. Claro está, existe lo impredecible que aunado al factor sorpresa, pudiera dar al traste con las ansias de ver coronados sus esfuerzos, que en este caso significa la Presidencia de la República. Es —repito— un juego que tiene sus reglas y donde no es válido el tratar de violentarlas.

Sin embargo, Panamá es distinto. Como decía en otro escrito, somos el país de los cuentos, en los que existen oídos prestos a escuchar cualquier tontería, e incluso, aceptar la demagogia como una fórmula válida para avanzar por el tablero. Ya he dicho que me encanta la política en mi país. Cada cinco años salen los que siempre fueron indiferentes al dolor y problemas de la comunidad, y que de pronto —¡albricias!— descubren que existe un país más allá de sus narices.

La política y sus afanes, al igual que ambiciones personales, nos entrega a candidatos, no sólo para la silla presidencial, dispuestos a besar y cargar niños orinados y llenos de caca, y además, mocosos. Los medios muestran damas encopetadas que de pronto consideran oportuno, para ayudar a sus maridos candidatos, bailar con morenos de la costa colonense, y así, por citar algunos ejemplos.

Toda una amalgama de imágenes que, hasta en su propia familia, les cuesta creer que de pronto, los que no saben qué es la miseria, salen a la calle a hablarnos de ella e incluso, dramatizar y llorar en una solidaridad en la que nadie cree, pero que nos gusta aplaudir. Afortunadamente no son todos. También hay candidatos (as) forjados al calor del trabajo duro, que saben lo que es subir la cuesta en busca de mejores días, y para los que la pobreza también se escondió en sus estómagos.

Los que no son falsos, que no jugaban ahora pelota con niños descalzos, ni se enlodaban en una junta campesina, ni cargaban por primera vez un bloque de cemento y que, ahora, no dudan en hacer esas cosas para lograr la simpatía popular que nunca tuvieron. Soy incapaz de cuestionar esa realidad que acaban de descubrir, y me atrevería a aceptar hasta la sinceridad del cargo de conciencia de no haberse dado cuenta antes. Para unos, gracias a Dios esto es sólo cada cinco años. Para otros, que bueno sería que hubiera elecciones todos los días para que los ricos que ambicionan el poder político salgan a las calles a darse cuenta de que su mundo no es el de las inmensas mayorías.

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