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- 16/05/2025 01:00
Panamá: cuando la rabia reemplaza a la razón, todos perdemos

He conversado con muchos panameños que, como yo, creen en el trabajo, el mérito y las instituciones como vía para salir adelante. Personas que han construido su camino con esfuerzo, sin depender del privilegio ni del clientelismo. Pero hoy hay una amenaza que no viene necesariamente de un modelo político, sino de algo más profundo: la rabia que reemplaza la razón.
Una rabia muchas veces justificada, nacida del desencanto y la frustración, pero que está siendo canalizada de forma peligrosa. Porque hay actores que, en lugar de buscar soluciones o construir consensos, promueven la división como método. La polarización no es un accidente, es una estrategia. Cuando todo se reduce a odiar más a uno que a otro, se pierde el centro del debate. Se entierra la discusión técnica, se apagan las propuestas y se degrada la política.
Primero fue la mina, luego la ley de la Caja de Seguro Social, siendo esta última ampliamente debatida durante más de seis meses, con participación de diversos sectores. Y hoy día, la afectación a la industria bananera. Cada una de estas etapas ha sido convertida, por algunos, en campo de confrontación emocional, y no en oportunidad para fortalecer el país.
Mientras tanto, se ha vuelto común ver cómo se descalifica a las autoridades, a las instituciones y a quienes piensan distinto. Se reemplaza el argumento por el insulto, por eso conviene recordar lo que señala el Evangelio en Mateo 12:25: “Todo reino dividido contra sí mismo es asolado”. Y cuando permitimos que nos dividan, abrimos la puerta para que nos debiliten por dentro.
El gobierno actual, como cualquier otro, enfrenta retos. Sin embargo, con las condiciones en que recibió el país, ha procurado avanzar, recuperar la estabilidad y sostener las instituciones. Reconocerlo no implica adhesión ciega, sino una lectura justa del contexto.
La verdadera función del Estado no es crear empleos directamente, sino garantizar las condiciones para que la empresa privada, el verdadero motor del desarrollo, pueda generar oportunidades. Reglas claras, estabilidad jurídica y confianza institucional son pilares fundamentales para lograrlo.
Por eso, la pregunta de fondo no es solo qué país queremos hoy, sino qué país queremos mañana.
¿Uno con oportunidades reales para nuestros hijos? ¿O uno donde reine la lógica del resentimiento, y donde se crea que si uno está mal, los demás también deben estarlo?
Ya hemos visto cómo las decisiones tomadas desde la emoción muchas veces terminan en decepción. Esta vez, pensemos distinto.
Actuemos con serenidad. Defendamos la institucionalidad sin dejarnos arrastrar por quienes hacen de la confrontación una bandera.
Este es un llamado a la cordura. A la unidad por encima del ruido.
Y a no dejar que quienes no proponen nada nos dividan por todo.