• 01/06/2025 00:00

Panamá: un gobierno y un pueblo con escasa educación socioemocional (I)

El Meduca, que por su naturaleza debería ser el máximo ejemplo de transparencia y autoridad moral, encarna una forma de violencia silenciosa y contagiosa

La falta de educación socioemocional tanto en quienes gobiernan como en buena parte del pueblo panameño ha desencadenado una crisis institucional profunda. Un país que no cultiva la empatía, la autorregulación emocional, la ética del cuidado ni el diálogo, termina atrapado en una espiral de conflictos, indiferencia e incapacidad para construir consensos. En este contexto, la violencia —ya sea física o silenciosa— se vuelve un lenguaje común.

Las consecuencias son tan profundas como peligrosas. Se pierde la autoridad moral del Estado, y con ella la confianza en las instituciones. La corrupción se normaliza, el poder se ejerce con arrogancia, sin conciencia, y la impunidad se convierte en rutina. La sociedad, emocionalmente fracturada, actúa con indiferencia ante el dolor ajeno, sin habilidades para la empatía o la resolución pacífica de conflictos, mientras el sistema educativo forma obedientes, no ciudadanos con ética, pensamiento crítico y fortaleza emocional. En este escenario, la violencia se vuelve cotidiana, la economía injusta y la democracia frágil.

Una de las expresiones más graves de esta violencia es la institucional. El Meduca, que por su naturaleza debería ser el máximo ejemplo de transparencia y autoridad moral, encarna una forma de violencia silenciosa y contagiosa: la de un sistema que no escucha, no transforma, no lidera y no promueve habilidades emocionales en docentes ni en estudiantes.

Donde debería haber formación en valores y competencias socioemocionales, hay abandono, burocracia, simulación y cifras maquilladas. Miles de estudiantes enfrentan escuelas en ruinas, docentes desmotivados por la ausencia de funcionarios con autoridad moral y un sistema que ha normalizado la exclusión, la apatía y el conformismo. Una educación sin alma no puede generar ciudadanos con conciencia social ni emocional.

La inversión de más de $30 millones en la libreta digital y en la plataforma “ESTER”, sin transparencia, sin evaluación, y sin evidencia de uso, es una muestra alarmante de cómo se prioriza la opacidad institucional por encima del compromiso con la verdad, la calidad educativa y el respeto a la ciudadanía. Es momento de que los educadores den el ejemplo, alzando la voz con valentía y exigiendo transparencia total al Meduca, porque sin transparencia es imposible transformar la educación. El país lo necesita, y nuestros estudiantes lo merecen.

El pueblo está cansado e indignado. Se siente burlado y traicionado.

Se ha hartado de los escándalos de corrupción, de los millones de balboas desaparecidos y de los culpables premiados. Y cuando las instituciones no escuchan, ni responden ni rectifican, la protesta se convierte en el único lenguaje posible.

Huelgas, cierres de calles, enfrentamientos... no son caos: son gritos de desesperación.

Porque la violencia institucional que no se ve, se sufre. Y se acumula. Cuando se olvida la sangre derramada por el pueblo en la conquista de su soberanía nacional, cuando no se escucha al pueblo clamando por corregir la crisis de la CSS y por la defensa del medio ambiente ya afectado, también se perpetúa una forma de violencia institucional silenciosa, pero profunda.

Cuando se sabe que los estudiantes no comprenden lo que leen, altos niveles de fracaso escolar y se guarda silencio. Cuando las cifras de deserción escolar aumentan y nadie actúa. Cuando las escuelas especialmente de áreas rurales están en ruinas, sin techos, sin baños, sin agua, y las autoridades solo miran hacia otro lado... eso también es violencia.

Esta violencia no ocurre por accidente. Ocurre porque ha sido permitida, normalizada y hasta justificada por quienes tienen la responsabilidad de evitarla. Callar frente al deterioro, ignorar los informes, maquillar estadísticas y repetir las mismas estrategias fallidas año tras año... es una forma directa de complicidad institucional.

Cuando faltan libros, alimentación básica o seguridad mínima en los planteles, la educación se convierte en una promesa vacía. Y el daño no solo es físico: es emocional, social y estructural.

A esto se suma la opacidad. Cuando no hay transparencia en la selección de cursos, en los expositores contratados, en los costos, los resultados, las evaluaciones ni en los impactos... cuando se oculta información que debería ser pública, cuando no se permite la participación honesta de los actores educativos, se rompe la confianza, se limita la participación y se perpetúan privilegios ocultos. La transparencia no es un favor: es una obligación moral, legal y ciudadana.

La forma más devastadora de violencia es la ausencia de una educación basada en la ética, los valores y la formación socioemocional.

¿Qué podemos hacer como sociedad para romper este ciclo de abandono y violencia silenciosa?

*El autor consultor internacional en educación
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