Ante la compleja situación social y política que atraviesa nuestro país la Conferencia Episcopal Panameña, el Comité Ecuménico y el Comité Interreligioso,...

El fin de la Segunda Guerra Mundial supuso un llamado de atención al mundo sobre la aberración humana de ese oscuro capítulo de la historia, cuyas líneas más vergonzosas quizás fueron el holocausto del pueblo judío. Un holocausto que representó la última etapa de un antisemitismo histórico lleno de odio, agresiones, expulsiones, muertes, diáspora y discriminación, por siglos, y frente al que el mundo, avergonzado, buscó una solución para la, legítima e histórica, aspiración de un hogar para el pueblo judío.
Así nació el Estado de Israel que, desde su creación, siguió enfrentando odio, muerte y discriminación, esta vez desde las naciones árabes que, —rechazando la creación de un estado palestino—, se negaron a aceptar su existencia. Sangre y fuego fue la consigna contra Israel: 1948, guerra de independencia; 1956, crisis de Suez; 1967, guerra de los Seis Días; 1973, guerra de Yom Kipur; 1987, primera intifada palestina; 2000, segunda intifada palestina; 2008, guerra de gaza; 2012, operación pilar defensivo; 2014, operación margen protector; 2021, conflicto de mayo; y 2023, masacre del 7 de octubre. En medio de todos esos hechos bélicos, terrorismo sin pausa contra el pueblo judío, dentro y fuera de sus fronteras. Es un hecho que Israel no ha dejado de defenderse frente a diferentes enemigos y el terrorismo palestino, —primero la OLP, y hoy día Hamás, Hezbolá y la Yihad—, ayudados por los Hutíes, y con la simpatía de otras organizaciones guerrilleras como aquellas que actúan en el Sáhara marroquí o en el Sahel.
Esta historia de odio, muerte y miseria deja una cosa clara: Israel nunca ha iniciado ninguna de las acciones que han desencadenado esa violencia. Una y otra vez, Israel ha sido la víctima, y se ha defendido ante agresiones provenientes de una larga lista de regímenes y grupos terroristas desde fuera de sus fronteras. Las muertes ocasionadas por esta violencia, a lo largo de la historia, sean palestinas o israelíes, —porque también han muerto israelíes—, han sido, y son, responsabilidad de esos agresores que, en cada momento de este largo conflicto, generaron esa violencia.
Aun cuando todo lo anterior es una verdad irrefutable, una parte importante de los líderes, y las izquierdas, occidentales han decidido que el derecho irrenunciable del pueblo israelí a su existencia, y la obligación inexcusable a su defensa, al parecer no es igual a aquel al que aspira el pueblo palestino, obsesionados como están por escribir una nueva versión de la historia. Sobre esa base, se ha desplegado una agenda, claramente, anti-israelí y antisemita, que se aprovecha del sufrimiento de la población palestina de Gaza, a manos de los criminales terroristas que la tienen secuestrada, y que utilizan de escudo humano, escondidos bajo sus casas, escuelas y hospitales. Incompresiblemente, ese mismo liderazgo occidental ha dado crédito al terrorismo de Hamás, reconociéndolo como sujeto de derecho internacional, y otorgando refugio y protección a sus líderes, en algunos de sus estados. Todos esos actores internacionales ocultan, con esa complicidad callada, la miseria que viven los gazatíes a manos de esos terroristas y de quienes los financian y protegen.
Es realmente triste, e inaceptable, constatar también como, desde algunas esas democracias occidentales, con el “wokismo internacional”, —y su falsa justicia social—, de la mano, atacan, de forma obsesiva, a Israel, —la única verdadera democracia occidental en la región—, calificando y acusando a su gobierno de “genocida” ante organismos internacionales, solicitando, además, una agresiva cadena de sanciones, de todo tipo, cuando lo único que hace Israel es defenderse de un grupo de criminales, financiados por regímenes igualmente criminales, y luchar por la total eliminación de estos para garantizar la paz y seguridad del pueblo israelí y liberar al pueblo palestino de las garras de esos grupos terroristas.
Son esas mismas democracias occidentales las que exigen, una y otra vez, a las autoridades israelíes que detengan la respuesta armada sobre el terrorismo palestino en Gaza, el sur libanés y Yemen, utilizando para ello, el término más de moda: “genocidio”. Sin embargo, me pregunto: ¿dónde están las exigencias, de esas mismas democracias occidentales, a Hamás, Hezbolá, Yihad, o los Hutíes, y a quienes los financian y apoyan, para que se desmantelen, entreguen las armas, renuncien a la violencia y a su objetivo de destruir Israel, liberen a la población detrás de la que se esconden, y suspendan su financiamiento?; ¿Por qué la comunidad internacional no ofrece ayuda militar a Israel para acabar, finalmente, con el terrorismo fundamentalista islámico en el Medio Oriente, que tanto terror y muerte ha llevado a las naciones occidentales?
La falta de respuestas claras, y el silencio de esos actores, que toleran una agenda de odio y destrucción antisemita contra Israel, deslegitimizan sus argumentos y su discurso político. En ese sentido, soy un convencido que la historia “juzgará” a todos y cada uno de esos líderes occidentales, y del mundo árabe, que han escogido hacerle el juego a Hamás, Hezbolá, la Yihad, o los Hutíes, —y por supuesto al régimen que los financia—, sacrificando, con ello, a las poblaciones detrás de las que cobardemente se esconden, y negando a Israel su derecho a defenderse.
Para quien lo dude, ... La historia está ahí, y no importa cuánto el “wokismo” internacional quiera cambiar, rescribir o tergiversar el relato en torno a esta lucha por salvar a Israel, no podrán con su pueblo y su gobierno.