• 07/06/2013 02:00

‘Pelo malo’...

‘ Pelo bueno, pelo malo’ es un documental llevado a cabo de manera independiente en las áreas de Santo Domingo, Las Terrenas, Palenque y...

‘ Pelo bueno, pelo malo’ es un documental llevado a cabo de manera independiente en las áreas de Santo Domingo, Las Terrenas, Palenque y Samaná, en la República Dominicana. La idea de filmarlo surge en 2004, cuando la productora asociada del documental, Natalia Alonso, y el coguionista del trabajo, Miguel Expósito, junto a Miguel Parra y Simone Bandle, coincidieron en retratar a la sociedad dominicana bajo la lupa del análisis de su identidad cultural. El documental hace un recorrido por salones de belleza del país, donde varias jóvenes explican la importancia y significado de tener el ‘pelo bueno’ frente al ‘pelo malo’. Esta expresión alude al código local según el cual es común que se defina que ‘el pelo bueno’ es el cabello lacio y que luce bien, mientras que el ‘pelo malo’ es rizado y manifiesta un desarreglo.

En diálogo con el realizador del documental una de las participantes afirma que: ‘A nosotras Dios nos premió con el cuerpo, a ustedes (en referencia a las personas de origen europeo y estadounidense) con el pelo’. (El Tiempo, 2008). Muchas de las participantes se expresan de manera negativa sobre el pelo rizado, llegando a criticar a aquellas que se resisten a alisárselo. Incluso señalan que las que usan trenzas son ‘antihigiénicas’ o que tienen ‘una enfermedad’, en alusión a la clase social, pues se considera que esta estética conlleva problemas económicos e identifica directamente a las mujeres pobres.

Según se dice en la cinta, hay una subyacente necesidad de desmarcarse del vecino Haití, con el que, históricamente, las relaciones son inestables, aunque estén geográfica, económica y socialmente condenados a entenderse. De hecho, en ‘Haití: La maldición blanca’ (2010) Eduardo Galeano dice que en la frontera entre ambos países hay un cartel que advierte: ‘El mal paso. Al otro lado, está el infierno negro’. La reciente tragedia sísmica en ese país permitió revisitar este tema a la luz de afirmaciones como aquella proferida por un predicador norteamericano y que indica que sobre Haití recae una maldición ocasionada por ‘un pacto con el demonio’, supuestamente sellado por los ritos vudú (Alonso Aurelio, 2010). Esta pretendida ‘maldición haitiana’ no es ajena a la ‘maldición’ que pesa de manera inconsciente sobre el sujeto histórico negro en todas partes.

La expresión pelo bueno/pelo malo conlleva significados que se articulan con discriminaciones de todo tipo y que se mantienen invisibles en la cotidianeidad, afirmándose la noción de que las cosas ‘siempre han sido así’, escondiéndose formas de violencia que pasan de manera desapercibida en ese abismo del silencio y llegando a ser tan convincente que es imposible mirarlas, a pesar de su presencia. La estética del cabello es un ejemplo de ello, pero se queda tan solo en la superficie del innombrable asunto del racismo y la discriminación, cuyo alcance puede ser mayor al sumar exclusiones referidas al acceso a derechos, a la salud y medicinas, a vivir en el centro de la ciudad, o a las que conllevan el sexo, edad, opción sexual o la discapacidad.

En el caso de la oposición pelo bueno/pelo malo subyace el mito de lo femenino y lo bello, concebido desde lo blanco. Dicho rechazo sobre los cuerpos de las mujeres y hombres está circunscrito a la hegemonía del pensamiento occidental, como paradigma y negación de la identidad de las etnias. La discriminación es normalizada, pasada de largo en el día a día, y sin objeción se heredan sus valoraciones, códigos y significados en los que gana el poder del más fuerte, paralizando cualquier nuevo juicio o cuestionamiento en su contra. Así funciona la hegemonía que configura pensamiento y acción.

El corazón africano late en esta región. Construir una memoria desde su riqueza cultural es el retorno de su menospreciada herencia histórica, pero también la instauración de otro imaginario. Es preciso que la voz de las abuelas resuene y que se reconozca el rico legado de la diáspora a los dos lados del ‘Atlántico negro’.

Es preciso devolver el polvo de caolín que algunas tribus untaban a sus máscaras para representar a sus antepasados, con el fin de contener la amenaza que el color blanco simbolizaba para ellos: la muerte, el paso de la vida terrenal al reino de los espíritus. Por eso, la primera tarea de los misioneros que llegaron al África fue quemar las máscaras, sus eggun, los muertos fundadores que los antecedieron en la Tierra. Porque la dominación empezaba arrancando de raíz la esencia de los pueblos y su gente, la misma que aún persiste en el ‘pelo malo’.

ABOGADA Y POETA.

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