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- 16/12/2013 01:00
‘Ni perdón, ni olvido’
Tenía yo casi cinco años cuando los sucesos del 9 de enero de 1964… tengo muy vagos recuerdos. Tienen que ver más sobre las reacciones y comentarios a lo interno de la casa, en el seno familiar. Los vecinos que comentaban. Sin Twitter ni Whatsapp, los mensajes llegaban en la cumbre de la loma de la Calle 19 de Río Abajo; lejos, muy lejos de la hoy, avenida de los Mártires. Mi padre trabajaba en la Zona del Canal y creo que no pudo ir a laborar por unos días. Pero de los detalles, nada, no me acuerdo. Mi compromiso con los mártires y la patria se fue tejiendo poco a poco a lo largo de las décadas siguientes.
Pero sobre el 20 de diciembre de 1989, no tengo dudas: Ninguna. Esta semana se cumplen 24 años de ese sanguinario y cruel episodio de la vida nacional. A siete días de la ocupación del ejército más poderoso del mundo nació mi hijo Allan; entre la violencia y el caos, las angustias, el ruido de las bombas y las desesperaciones. La felicidad profunda y el dolor por la ocupación.
Cae viernes, y, como ya sabemos el camino que transita esta sociedad, este viernes, y por viernes de diciembre, será de fiestas a tan solo unos días de la Noche Buena. En los hoteles, restaurantes, clubes exclusivos, salones de eventos y en las mismas oficinas corporativas (y probablemente del Estado) habrá fiestas y celebraciones: ‘guaro y campana’ , como dice la canción.
A pesar de los múltiples señalamientos sobre el rumbo social que lleva el país, pocos ciudadanos tomarán un tiempo de su agitado día de preparativos para honrar la memoria de los caídos del 20 de diciembre. Muy pocos recordarán que aún no sabemos cuántos muertos y desaparecidos realmente hubo.
Hace dos semanas escribí que ‘A mucho pesar, Panamá no es más que un lugar en donde vive gente. Nos sobrecoge una población que piensa y funciona en el presente vago; ayudado por los medios: con la fabricación de figuras artificiales y vacías que no agregan valor a lo sucedido en las últimas décadas del siglo pasado en esta tierra… que costó vidas por la defensa de la dignidad nacional y la recuperación e integración del territorio panameño’.
A la hora que escribo esta columna no hay indicios de que el gobierno decrete un Día de ‘Recordación’; mucho menos de ‘Duelo Nacional’. No conviene, no mezcla bien con la juerga que esperan muchos; ni ayuda con los millones de dólares entre los comercios que atienden y hacen factible los jolgorios de ese día: viernes 20 de diciembre.
Transcribo extractos de uno de muchos testimonios sobre la invasión del 20 de diciembre de 1989 que aparecen en ‘El libro de la Invasión’ de Pedro Rivera y Fernando Martínez: en la página 264, Mirka Rodríguez relata: ‘Mi hermano acababa de cumplir 27 años en noviembre. Estudió en la Academia Militar de Bogotá. Tenía esposa y estaba criando una niña de 4 años. (Esa noche estaba de turno en el Batallón de Ingeniería Militar). Al Batallón de Ingeniería Militar lo destruyeron por completo. No te puedo decir quiénes son ni los nombres de los que cayeron. Tampoco sé por qué no quieren hablar los que se llevaron para Nuevo Emperador arrestados. En cambio, puedo decir, convencida, que mi hermano en muchas ocasiones nos dijo que si tenía que morir por su país, moriría’. Mirka puntualizó: ‘No acepto que califiquen a los militares caídos como miembros de la narcodictadura. Nosotros no nos hemos beneficiado con dinero de ninguna narcodictadura. Perdí la cuenta de los días que pasé buscando a mi hermano en el Santo Tomás y en el Seguro Social. Vi herido por herido, muerto por puerto. Leí todos los listados y no lo encontré. Uno quiere ser muy frío… ¡y te llega…! Vi 125 muertos, uno por uno, además de todos los que había visto en el Santo Tomás, en el Seguro y en todos lados. En una lista apareció como herido y en otra como muerto’.
Después de muchos días… (Continuó Mirka relatando),
‘llegó al Hospital Santo Tomás una lista del Gorgas en donde aparecía el nombre y número de seguro. Los gringos habían recogido y enterrado los cadáveres en bolsas. Luego los exhumaron para tomarles fotos. Pero no las entregaron sino a última hora a la medicatura forense. Tuvimos que esperar casi 8 días para identificarlo. Su cara, aunque estaba deformada, se podía reconocer. Unos amigos me dijeron que lo habían visto vivo, pero herido, quizás inconsciente. Cuando lo vi en la foto, con la lengua destrozada, dije: ‘Bueno, será que le dieron un tiro’. El 27 de abril, durante la segunda exhumación que hicieron, lo encontramos. En esa exhumación identificamos a otros. Al guardia de la entrada de Amador y otros dos a los que les pasaron las tanquetas encima, parecían planchas de cartón. Se debió fotografiar a los cadáveres. Por ejemplo, al que murió atado. ¡Qué se viera! Pero toda esa psicosis, miedo, terror y rabia… que los periódicos utilizaran su dolor para comerciar, eso da rabia. Además, se sabía que la mayoría de los medios locales estaban parcializados’.
En la dedicatoria que me hacen los autores de este libro, Pedro dedicó: ‘para el compañero de angustias compartidas…’ y Fernando escribió… ‘y para que no exista perdón, ni olvido’.
COMUNICADOR SOCIAL