• 07/12/2011 01:00

Poder político o santidad

Los paisajes urbanos de la cristiandad solían estar dominados por enormes catedrales. A estos templos ornamentados y costosos, los fiele...

Los paisajes urbanos de la cristiandad solían estar dominados por enormes catedrales. A estos templos ornamentados y costosos, los fieles las consideraban monumentos a la fe, mientras que otros las aprecian como obras maestras de arte y arquitectura. Cabría preguntarse: ¿a qué razones obedecieron su construcción? ¿Cuál es su verdadero sentido?

Hay quienes señalan al respecto, que se debió a que el cristianismo experimentó una profunda transformación, y que con estas grandes edificaciones se asentaba el ansia de poder y prestigio, a fin de sobrevivir y obtener privilegios. Sobre este particular, he consultado más de una obra de referencia para tener una visión equilibrada del mismo. Aunque tenga mi propia opinión al respecto, no significa necesariamente que sea una crítica. En realidad es una interpretación que refleja mi punto de vista.

Por otro lado, tal vez, se tengan ideas preconcebidas y prejuicios sobre el tema, tomando en consideración que sus protagonistas eran personas como usted y yo, con defectos e imperfecciones, algunos agradaron a Dios y otros no.

Tras la muerte de Jesús, el cristianismo vivió perseguido. A pesar de ello, sus seguidores siguieron reuniéndose para orar y estudiar la Palabra de Dios en lugares privados y públicos. Las reuniones cristianas del siglo primero no tenían rituales ni ceremonias pomposas, ni edificios suntuosos y se caracterizaban por su bella sencillez. Sus discípulos se organizaron en congregaciones. Cuando mueren los apóstoles, nace el Episcopado como ministerio que, junto con el diaconado y los obispos, son los inmediatos sucesores de los apóstoles y muchos mueren mártires en los primeros siglos al igual que algunos Papas.

En el año 325, el Concilio de Nicea reconoció oficialmente a los obispos en las ciudades. Posteriormente, al obtener el respaldo del Estado romano, los jerarcas de la iglesia solicitaron a las autoridades la donación de extensos terrenos, para la construcción de templos acorde con su dignidad. A éstos se les denominó con un nuevo término, catedral. Este vocablo se deriva del griego kathédra, ‘asiento’. Por consiguiente, la catedral era sede del obispo, símbolo de su poder temporal y el lugar desde donde presidía su jurisdicción, la diócesis.

Había otras grandes edificaciones como palacios, castillos, monasterios, puentes e incluso caminos de piedras larguísimos. Mucha gente vivía en torno al negocio de la piedra y el mármol. Con Constantino, las antiguas basílicas o lugares de culto pagano, propiedad de emperadores y otros, pasan a convertirse en templos y se hereda un poco la idea de tener grandes construcciones para la religión. Cabe destacar que, en aquellos tiempos era normal construir estas enormes edificaciones para honrar a Dios. Las pirámides en América Latina tienen ese concepto religioso, así como los grandes templos de la India.

En el siglo IV, las catedrales de Tríveris y Ginebra, en las actuales Alemania y Suiza, abarcaban superficies inmensas pese a tener una feligresía pequeña. En el siglo XI, la población germana de Espira no lograba llenar el descomunal edificio. Las catedrales de los siglos XII y XIII tienen una longitud promedio de 100 metros; por ejemplo, se destacan la de Winchester en Inglaterra y la de Milán en Italia con 169 y 145 metros, respectivamente. La de Estrasburgo, en Francia, tiene una aguja de 142 metros que equivale a 40 pisos, y la gótica de Ulm, en Alemania, posee la torre de piedra más alta del mundo, con 161 metros.

Otro factor que alentó su edificación fue la veneración popular a la Virgen María y a las reliquias. Fue en esta época cuando empezó a aplicársele el título de Notre Dame (Nuestra Señora) a las de Francia. Ningún otro personaje, ni el propio Cristo, dominó a tal grado la vida y mentalidad de los constructores catedralicios como la Virgen María, según señala la obra The Horizon Book of Great Cathedrals. La construcción tomaba de cuarenta años, como mínimo, a varios siglos. A veces quedaban inconclusas, como ocurrió en las sedes francesas de Beauvais y Estrasburgo. La catedral en honor de San Juan, el Teólogo, en Nueva York, lleva en construcción más de cien años, por lo que se le apoda San Juan el inconcluso, con más de 11,000 metros cuadrados.

Estos monumentos fueron financiados por prelados o figuras políticas; pero, generalmente, eran de los ingresos diocesanos: impuestos feudales y rentas. Otra fuente eran las colectas, indulgencias y penitencias. Algunos particulares hicieron donaciones muy generosas y se les honró retratándolos en vitrales y esculturas. El ansia de fondos llevó a menudo a la malversación y a la extorsión, y se requería de apremios eclesiásticos.

Ahora bien, es verdad que se daba una politización de las cosas, y que los reyes y príncipes patrocinaban algunas construcciones para tener influencia en lo religioso. Inclusive algunos líderes religiosos se aprovechaban del poder político. Había una concepción ‘sacro imperio’, una unión del poder político y religioso que se ha superado. Esa relación Estado—Iglesia tuvo que mantener sus fronteras.

Pienso que todo pueblo tiene derecho a expresar con signos y símbolos sus sentimientos religiosos—culturales. Estas estructuras eclesiales, la mezcla ‘sacro—imperio’ y el poder político de aquellos tiempos, no deformaron la religión cristiana, la que nos enseñó Jesús. En síntesis, no es la sencillez ni la suntuosidad de un templo; lo importante es tu comunión espiritual con el Creador.

ESPECIALISTA DE LA CONDUCTA HUMANA.

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