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- 06/10/2022 00:00
Principios insoslayables
En la vida, el ser humano siempre se encontrará con situaciones donde tendrá que poner a prueba sus principios éticos y morales. Tales situaciones muchas veces resultan en una confrontación interesante, por un lado pueden ser la oportunidad que hemos estado esperando para superarnos en cualquier plano, sea personal, familiar, académico o profesional. Mientras que por el otro, estas situaciones también pueden confrontarnos y poner a prueba nuestra verdadera esencia como individuos.
Si bien es cierto, estamos viviendo tiempos de cambios trascendentales para la humanidad, cambios donde todos, de alguna u otra manera, nos veremos obligados a adaptarnos. Sin embargo, hay principios de la conducta humana, como la ética, la honradez y la moral que permanecen inalterables; pues constituyen valores innegociables; un sello de distinción al que todos podemos aspirar, pero que pocos están dispuestos a defender por ser un lujo demasiado caro y, actualmente, en peligro de extinción.
Hoy, recibir unos “buenos días”, “gracias”, “con permiso”, “por favor” son la excepción y no la regla. Cualquiera que devuelva un vuelto de más a la cajera del supermercado es visto de forma diferente, sencillamente porque lo correcto se ha vuelto exclusivo y lo incorrecto se ha hecho habitual.
El ser honesto parece ser una utopía, lo cierto es que necesitamos entregarle a nuestro país una generación arraigada en principios y valores, que sea capaz de guiar al país por senderos de justicia, respeto e igualdad de derechos. No obstante, para que eso sea posible tenemos que cambiar de actitud y redireccionar nuestras acciones hacia fines específicos que tengan como vector central la ética.
Si nuestro lenguaje se basa en el uso de frases como: “robó, pero hizo”, “¿qué hay para mí?”, “¿cómo lo arreglamos, comando?”, “acuérdese de mí”, etc. No somos dignos de exigir justicia para el que robó millones, mucho menos de gritar a los cuatro vientos nuestro inconmensurable amor por el país. En definitiva, no podemos aspirar a tener un mejor país, si no nos involucramos activamente en lograr los cambios institucionales que demanda la sociedad. Si disculpamos o toleramos la corrupción, seremos cómplices del destino incierto que nos espera.
El tiempo pasa y a medida que mueren nuestros padres y abuelos pareciera que con ellos se mueren también el respeto, la justicia, la verdad, la ética, la honradez, el amor al prójimo, la empatía y la solidaridad humana. Y no, no es que ellos quieran llevarse estos principios y valores a la tumba, nosotros mismos hemos renunciado a ellos, hemos olvidado lo aprendido, ya sea por conveniencia o simplemente por buscar nuestro propio beneficio.
Nuestra realidad como país es que principios como la ética y la honestidad son de los más afectados; no tenemos un buen ejemplo de liderazgo, pues aquellos que nos gobiernan, por el contrario, nos dan las peores lecciones. Los presidentes, diputados, alcaldes, representantes, ministros, directores, autoridades, empresarios y otros, a diario se convierten en artífices y protagonistas de un destino inexorable de pérdida de valores.
Seamos agentes generadores de cambios positivos para el país, es la única manera de combatir el cáncer generalizado de corrupción, de falta de valores y de principios que hoy está enquistado desde las instituciones hasta el actuar del ciudadano común.
Ahora bien, no es que no haya personas decentes, honradas, éticas, decorosas y justas; las hay, pero muchas veces se quedan en el anonimato. Creo que debemos sacar a la luz sus buenas acciones, replicarlas, hacerlas virales y contagiar a otros. Porque la gente de principios y valores tenemos una gran responsabilidad desde donde estemos, sin interesar la raza, la posición o el cargo.
Debemos dar el ejemplo, trabajando nuestro entorno, hablando de valores, con la familia, los amigos, en el trabajo, en la universidad, etc. Solo así podremos construir una mejor sociedad, un mejor país, donde tengamos muchas cosas de que sentirnos orgullosos, pues, no hay duda de que el único problema o enfermedad que deteriora y afecta nuestra imagen país, es, lamentablemente, nuestra propia gente.