• 22/12/2008 01:00

Sonríe Panamá

La mayoría de la gente suele aprovechar la época de fin de año para reflexionar, y si se quiere, para hacer un balance sobre los eventos...

La mayoría de la gente suele aprovechar la época de fin de año para reflexionar, y si se quiere, para hacer un balance sobre los eventos más relevantes del año que se va, con el objetivo de programarse para el que está por llegar. No pretendo, con este escrito, entorpecer el balance que cada quien hará sobre sus propias experiencias, percepciones ni mucho menos quisiera especular sobre dichas conclusiones. En mi caso esto fue lo que me encontré.

Panamá es sin duda alguna un país bendecido. Con una naturaleza exuberante, una posición geográfica envidiable, con recursos marinos abundantes, de gente alegre, soñadora y con esperanzas. Con menos calamidades y pocos desastres naturales que el resto del mundo. Podría agregar una cantidad adicional de elementos probatorios para documentar el sentimiento general de que somos un país bendecido.

Lamentablemente, este paraíso de país está enfermo. Hoy sentimos (la gran mayoría) que, a pesar de todos los diagnósticos, no supimos tomar la medicina a tiempo y la Nación está padeciendo síntomas preocupantes.

Trataré de resumir los que son más evidentes.

Nuestra ciudad capital ha colapsado. Tenemos un sistema de transporte inoperante y denigrante. Tanto el colectivo, como el selectivo. Los buses y taxis que transitan por nuestra ciudad dan pena. Sus conductores han demostrado una indiferencia absoluta frente a una ciudadanía impotente y agotada. El auge de la construcción nos ha llevado a la anarquía urbana, al punto de que nadie respeta los barrios, las calles, los parques ni las avenidas. Se han otorgado permisos y cambios de zonificación sin ningún tipo de planificación.

Las calles de nuestra otrora bella ciudad parecen caminos de penetración rural, por la cantidad de huecos producidos por los camiones, grúas y tractores que transitan por doquier, sin ningún tipo de protección para la red vial ni para los ciudadanos que las utilizan diariamente. Los tranques son descomunales. Los accidentes de tránsito ni siquiera los atienden. La inseguridad en la ciudad no se aguanta. Ya casi aceptamos con peligrosa resignación los asaltos, robos, homicidios y secuestros express , que a diario se reportan en los medios de comunicación del país. Obtener un servicio de salud o una medicina requiere de varias semanas de espera.

La atención es mediocre y grosera. La educación nacional es de las peores de la región. No lo queremos aceptar, pero nuestro sistema educativo da pena. Y de ella depende la gran mayoría de los hombres y mujeres que tendrán la responsabilidad de forjar el futuro de la Nación. ¿Se lo imaginan?

El aparato gubernamental y su creciente burocracia es de terror. El servicio y la atención es pésimo. La gente es maleducada y no tiene el mínimo de cortesía con los usuarios del sistema. Es decir, con los ciudadanos. Pareciera que se les ha olvidado que son “funcionarios públicos” y que están allí por cuenta de nosotros, los ciudadanos que pagamos sus salarios con nuestros impuestos.

El sistema está diseñado para que funcione la “mordida” y se alimente la corrupción. Todos los trámites necesitan de un contacto, un amigo o del billete. Y, qué decir de la justicia. Hemos perdido la fe en lo más elemental que posee un Estado de derecho. Su sistema judicial. Las leyes pareciera que solamente se las aplican a los hijos de la cocinera y a los que no tienen los “contactos” para impedir su ejecución o para dilatar los procesos.

Sencillamente, hemos aceptado la impunidad y eso es peligroso. Nada se ha hecho por resolver y enjuiciar a los verdaderos responsables del fuego del bus, de los famosos “durodólares”, del HP-14-30, de las fundaciones, los fideicomisos, del Dietilenglicol, el FECE, el robo de las estatuas famosas, y si tuviese más espacio podría agregar muchos más ejemplos de todos los escándalos que los ciudadanos comentan a diario.

Al final del camino, la ciudadanía se siente impotente. Este pareciera ser el país donde no pasa nada. Todos quieren respuestas, quieren atención y quieren soluciones a todos sus problemas y si no los atienden, cierran las calles, perjudicando al resto de los ciudadanos impotentes de Panama. Y no pasa nada.

Reitero, felicito a Lucy Molinar y a Edwin Cabrera, seremos congos, pero no para toda la vida.

*Vicepresidente y gerente general de La Estrella.jcorrea@laestrella.com.pa

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