• 02/06/2019 02:03

Nacionalismo tolerante

‘Por supuesto que el nacionalismo tiene sus vicios y sus expresiones extremas. Y que cada movimiento nacionalista implica tener que confrontar con enemigos e intolerantes. Pero los vicios del nacionalismo deben ser superados por sus considerables virtudes'

El nacionalismo está en aumento en todo el mundo. Es clave para la estrategia re eleccionaria de Donald Trump en los Estados Unidos. Es la fuerza impulsora detrás de la resistencia a la Unión Europea y sus políticas en Gran Bretaña, Italia, Austria, Polonia y Hungría. Y se refleja en el éxito de Narendra Modi en India, Shinzo Abe en Japón y Benjamin Netanyahu en Israel. Incluso antes de considerar ejemplos más complicados como Rusia, Turquía y China, cuyas políticas ya tomaron un giro nacionalista, el actual movimiento constituye un renacimiento amplio de los ideales y aspiraciones que caracterizaron el inicio del siglo pasado.

De hecho, el nacionalismo fue el motor que estableció la libertad política moderna y ha sido un estímulo para la diversidad entre las naciones. Ha sido abrazado tanto por liberales como por conservadores, conquistadores y conquistados, ganadores y perdedores, incluidas figuras veneradas como Teddy Roosevelt, David Ben-Gurion, Mahatma Gandhi, Charles de Gaulle y Margaret Thatcher. En Panamá, Arnulfo Arias proclamó en 1939, cuando regresó de Alemania para participar como candidato a presidente, que el país necesitaba imperiosamente mejorar sus actuales condiciones biológicas importando inmigrantes que aprendieran panameñismos y llenaran ciertos requisitos físicos y morales.

Entonces, ¿qué vieron estos líderes en el nacionalismo que lo hizo tan atractivo? Y si el nacionalismo es, en muchos aspectos, genuinamente atractivo, ¿qué se puede decir acerca de las poderosas consideraciones que se citan en su contra? Empecemos con el clásico argumento contra el nacionalismo. En su ensayo ‘Notas sobre el nacionalismo', publicado semanas después del final de la Segunda Guerra Mundial, George Orwell hizo una crítica al nacionalismo que aún hoy es ampliamente invocada. Calificando al nacionalismo como un hábito de la mente desordenada, escribió que los nacionalistas se identifican únicamente con una nación única, lo tratan como algo que está más allá del reproche moral y reconocen que no hay otro deber que el de promover sus intereses.

Pero Orwell fue mucho más allá del nacionalismo como se suele entender el término. Apuntó al extremismo político en nombre de cualquier colectivo, incluidas las iglesias, las clases económicas y movimientos y tendencias tales como el comunismo, el catolicismo político, el sionismo, el antisemitismo, el trotskismo y el pacifismo. Sin embargo, Orwell elogió el patriotismo, que él vio como la devoción a un lugar en especial y una forma de vida particular, que uno cree que es el mejor del mundo, pero que no tiene ningún deseo de forzar a otras personas.

Cuando se lee en contexto, la famosa crítica de Orwell al nacionalismo resulta ser simpatizante de un nacionalismo moderado. Pero con el pasar de los años desde aquella reflexión Orwelliana, encontramos que la descripción de patriotismo está ahora distorsionada por puntos de vistas antagónicos. En ciertos aspectos, las demandas de hoy por la imposición de estándares universales de expresión y creencia son una reversión a una visión del mundo anterior a Westfalia, la región en Europa Central, donde, en 1648, se firmó el tratado que finalizó la guerra de los Treinta Años en Alemania y la guerra de los Ochenta Años entre España y los Países Bajos. Con este tratado se da inició a un nuevo orden basado en el concepto de soberanía nacional que establece el principio de que la integridad territorial es el fundamento para la existencia de los Estados, con lo cual se marca el nacimiento del Estado nación.

Al igual que los intelectuales de aquella vieja escuela, los pensadores modernos tienden a rechazar la diversidad religiosa y cultural de las naciones independientes, y proponen la restricción de entrada de personas extranjeras y la limitación del juicio individual sobre la tradición en todas las áreas de la vida. No debe sorprender que el correlato de este rechazo de la diversidad entre las naciones sea percibido a menudo como un desprecio que da lugar a odios y resentimientos dentro del propio país.

Por supuesto que el nacionalismo tiene sus vicios y sus expresiones extremas. Y que cada movimiento nacionalista implica tener que confrontar con enemigos e intolerantes. Pero los vicios del nacionalismo deben ser superados por sus considerables virtudes. Un mundo en el que las naciones independientes pueden competir libremente entre sí es un mundo en el que pueden florecer diversas formas de vida, cada una de ellas un experimento sobre cómo debemos vivir los seres humanos. Por tanto, tenemos buenas razones para creer que un mundo así ofrece las mejores perspectivas de libertad, innovación, progreso y tolerancia.

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