• 13/01/2024 00:00

Tónico capilar Benguria ¿hechizo o realidad?

“Vientos, vientos, vientos de mi tierra, leones que el polvo enmelena con sus algodones, vámonos frenéticos por las poblaciones de esta vieja América, con sus tradiciones que hacen de las gentes siervos y bufones”.

Versos escritos en 1918, en Uruguay, por el vate peruano Juan Parra del Riego, que alzó la voz contra la credulidad de los latinoamericanos al conocer cómo un producto médico del que nadie había oído hablar antes aparecía en Argentina, se instalaba en Chile y parecía conquistar la costa del Pacífico del continente.

El milagroso producto que había nacido para el mercado masculino pronto pasó al femenino. Su uso prometía lozanía y una segunda juventud a través de una cabellera abundante, fuerte, limpia y, principalmente, permanente. Su existencia marcó las cuatro primeras décadas del siglo pasado y formó parte del conjunto de productos usados por dos generaciones de latinoamericanos. Se trataba del “Específico Boliviano Benguria”.

En enero de 1926, el entonces afamado doctor Rafael Benguria arribaba al Perú para promover sus portentosos productos capilares y ofrecer sus conocimientos médicos contra la calvicie, las canas y la caída del cabello desde el lujoso Hotel Bolívar (elegido temporal base de operaciones) que todavía existe al lado de la entonces recién inaugurada Plaza San Martín de la ciudad de Lima (Revista Mundial Nro. 292, 1926). La atención de pacientes y clientes, discreta al principio, fue inmanejable, después debido al volumen de visitantes. El gerente del Hotel, Ricardo Osores, encantado de tener salones llenos de impacientes comensales que esperaban su turno, solicitó la intervención de la fuerza pública para prevenir altercados entre el público que, en realidad, no pasaron de duros intercambios de palabras. A juzgar por el éxito de la visita, el interés de los usuarios de los productos Benguria fue mayúsculo y mostró no solamente la preocupación por la apariencia personal citadina, sino un extendido problema de calvicie masculina.

Rafael Benguria era boliviano y como médico desarrolló un tónico capilar multipropósito sin químicos y en el que utilizó raíces vegetales, en suma, un producto homeopático que ganó medalla de oro en la Exposición Internacional de Progresos Modernos de París (1924), medalla de oro en la Exposición Científica de Londres y en la Exposición Universal de Milán (1924), diploma de honor y medalla de oro en la Exposición Universal de Barcelona (1922), diploma y medalla de oro en la Exposición Industrial de la República Argentina (1922). En 1918 había establecido su residencia en Buenos Aires y construido una modesta fábrica que ulteriormente amplió para abastecer al mercado chileno, donde su tónico tuvo mucha aceptación. Rápidamente, se dio cuenta de la importancia de la publicidad y no escatimó recursos para colocar afiches en los periódicos argentinos, uruguayos y chilenos. Hacia 1930 los productos Benguria llegaban hasta Colombia y Panamá; si bien el doctor nunca renunció a su herencia boliviana, las cajas de tónicos salían como “producto argentino para la higiene”.

Con la paulatina modernización e industrialización de las sociedades latinoamericanas a principios del siglo XX, las élites y los ciudadanos urbanos adoptaron modelos de vestir provenientes de las principales capitales europeas. Ello también influyó en la higiene y en el cuidado personal, entre ellos, la cabellera. Téngase en cuenta que es una época en que la máquina de afeitar hacía su aparición y aún se usaban las navajas de barbero; en que las tenazas de metal para formar los rizos de las damas eran una novedad y aún se usaban cucuruchos de papel para darles forma. Dentro de tantas transformaciones resultó algo mágico, el tónico de Benguria ¿astucia, oportunidad, hechizo? Lo cierto es que su invento apareció en el momento apropiado. La competencia —Mennen, Lavol, Curexema, Calber— lo adoptaría como referente y copiaría luego sus mensajes, así como sus promesas de un cabello eterno.

Por aquellos años, el principal reto de Benguria fueron los imitadores y las imitaciones. Al carecer de una ley antiplagio, su tónico fue replicado clandestinamente, lo que afectó su reputación, principalmente en Panamá, que fue el primer país en tomarse en serio el examen químico de los productos de belleza corporales.

No hay precisión de cuando el “Especifico Boliviano Benguria” habría llegado a Centroamérica. Por publicidad impresa de los años cuarenta se deduce que estaba en la región juntamente con otros productos capilares estadounidenses. La competencia comercial fue despiadada. Finalmente, una década después, los productos Benguria desaparecieron de farmacias y boticas al no renovárseles los permisos sanitarios (Diario Oficial, El Salvador, 9 de diciembre de 1952) y, con ellos, se fue un estilo y una moda.

El autor es Embajador de Perú
Lo Nuevo
comments powered by Disqus