• 20/01/2024 00:00

¿Una ciencia virreinal mercantil?

Varias fuentes señalan la dificultad para ubicar con precisión el punto de quiebre en que nace la vinculación entre ciencia y mercantilismo.

La utilidad de la ciencia para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos es un postulado que, con el Siglo de las Luces, se aceptó como principio rector de los gobernantes europeos, en particular entre los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, su contundencia tambalea cuando se produce el debate entre el valor económico de la ciencia y su sujeción al mercado erosionando con ello criterios altruistas donde la solidaridad con el género humano terminaba en segundo plano.

Diversas fuentes señalan la dificultad para ubicar con precisión ese punto de quiebre en que nace la vinculación entre ciencia y mercantilismo. Algunos plantean que ese momento aconteció en el primer tercio del siglo XVII con el uso de la cochinilla, el tinte orgánico del que se obtiene el carmesí y que fuera descubierto en el Virreinato de Nueva España en el siglo XVI, aunque existía también en otros territorios de América del Sur como el Perú (Alzate, 2005). Roche (1989) sostiene que junto con la cochinilla, el añil también experimentó esa ciencia “válida sólo cuando está orientada al comercio”. Pérez (2016) señala que los productos que entraban en la Península eran de origen agrícola y animal, procedentes sobre todo del área caribeña, Nueva España, Nueva Galicia, Nueva Granada y del virreinato del Perú. Por ello se afirma que “uno de los principales recursos económicos que inyectaban más caudales a la monarquía española era la reexportación de materias primas de Latinoamérica al resto de Europa” (Pérez, 2016, que condesa lo expresado por Fábregas, 2005; Oliva y Martínez, 2005; Martínez, 1992).

Para la centuria del 1700, “España tenía un índice de productividad mucho más bajo que territorios más avanzados del noroeste de Europa, tales como Inglaterra, Francia o Países Bajos. Esas regiones ejercían una inversión más fuerte en el sector industrial y apostaban por técnicas nuevas de producción, tecnología e innovación que los hicieron despegar económicamente” bajo esquemas sustentados en el esclavismo y la explotación de las poblaciones originarias (Pérez, 2016).

Regresando a la cochinilla se sabe que José Antonio de Alzate y Ramírez (1777) elaboró una detallada descripción sobre las técnicas de su cultivo, siembra de nopaleras y extracción del preciado tinte. Las exportaciones de cochinilla sólo hacia Francia ascendieron a 4 millones de libras entre 1725 y 1780. Sin embargo, esas técnicas eran difíciles de emular por los europeos (Baskes, 2000) y cuando la cochinilla adquiere precios exorbitantes entre 1758 y 1783, la ciencia se emplea para dos propósitos; de un lado, establecer un método europeo propio de extracción (léase galo) y, de otro, crear un sustituto no orgánico al tinte para abaratar así costos de producción.

Marsella fue el centro de esos estudios y la casa comercial Roux-Fréres la ejecutora de esas políticas secretas. Investigaciones que se hicieron al margen de la Compagnie Française des Indes Orientales (Pérez, 2016) lo que denota el nivel de autonomía que tenían los emprendimientos europeos vinculados a la cochinilla. Roux-Fréres tenía el acceso a la cochinilla con agentes comerciales presentes en Veracruz y competía con las casas marsellesas Gilly y Aillaud para adquirir el mayor volumen del preciado tinte, así estaba al tanto de cualquier mejora hispana que pudiera acontecer con ese producto. La invasión napoleónica a España (1808) generó la primera crisis del mercado de la cochinilla en el virreinato de Nueva España, miles de libras se quedaron en el puerto y obligó a Roux-Fréres a intensificar sus pesquisas en busca de un tinte artificial. Aunque no llegaron al resultado esperado, esas búsquedas serían retomadas por químicos germanos y rusos.

A esta coyuntura se suma el cambio de los patrones de consumo en el vestir. El tinte sobre seda y algodón era más vistoso que el tinte sobre lana. Una segunda señal de alerta al comercio transatlántico procedente de la América española se produce a finales del siglo XVIII e inicios del siglo XIX, cuando productos asiáticos, gracias a su variedad cromática, desplazaron los latinoamericanos como el algodón, la seda y la cochinilla. La producción virreinal, tanto de tintes como textil, empezó a percibirse como anticuada y tosca.

La aparición de la anilina sintética en 1870 generó la crisis final de la cochinilla, los precios cayeron en picada y los agricultores de Centro y Sudamérica debieron cambiar de giro orientándose nuevamente a los granos, frutas y tubérculos.

En la ‘industria’ de la cochinilla, la ciencia constituyó un factor decisivo en el estímulo de las economías locales virreinales de áreas ribereñas de México y Centroamérica, aun a pesar de su bajo nivel de tecnologización, despertó rivalidades comerciales foráneas y se constituyó en el caso paradigmático de la ciencia supeditada al mercado. Hoy que se discute el contenido de la “Diplomacia Científica”, término recientemente acuñado en la crisis de la pandemia de la covid-19, la historia de la cochinilla puede ayudar a la reflexión sobre el papel que quiere dársele a la ciencia en las relaciones entre las naciones.

El autor es embajador de Perú
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