• 19/10/2020 00:00

La ventana rota en la salud pública

Frederic Bastiat señalaba, hace más de siglo y medio, el grave error de evaluar intervenciones sociales basándose solo en los beneficios palpables que se ven, mientras se ignoran los efectos nocivos que no se ven.

Frederic Bastiat señalaba, hace más de siglo y medio, el grave error de evaluar intervenciones sociales basándose solo en los beneficios palpables que se ven, mientras se ignoran los efectos nocivos que no se ven. La intervención genera muchos efectos, pero en tanto el supuesto beneficio es manifiesto y fácil de ver, hay otros efectos que solo aparecerán después, y en que no se ve tan claramente la relación causal entre la intervención y el efecto.

Bastiat ilustra con el ejemplo de un niño que rompe una ventana. Algunos economistas dicen que, en lugar de ser fuente de lamento, la destrucción de la ventana debe motivar regocijo, pues ahora para reponerla, el propietario tendrá que contratar al fabricante de ventanas, lo que pondrá dinero en el bolsillo de este, quien a su vez tendrá que adquirir insumos para fabricar la ventana nueva, y así se “estimulará la economía”. Bastiat señala el error de enfocarse en el beneficio visible, mientras no se pondera el daño -no tan fácilmente visible-, comenzando porque el propietario de la ventana ahora tiene que dedicar recursos a reconstruir algo que ya tenía. Y dado que los recursos son limitados, necesariamente ahora tendrá que desviar a la adquisición de la nueva ventana, recursos que tenía destinados para otras cosas. Por ejemplo, si tenía pensado mandarse a hacer un traje, ahora el sastre ha perdido lo que gana el fabricante de cristalero. Pero el sastre ni se entera. Es decir, el daño queda oculto, y así un observador dirá que la rotura de la ventana ha generado un beneficio neto, únicamente porque no está viendo el daño. Pero el daño es real.

Parece mentira, pero aún en el Siglo XXI hay muchas políticas públicas basadas en la falacia de la ventana rota, por lo que hay políticos que rompen ventanas y nos dicen que han logrado una gran cosa para la sociedad. El fenómeno no es exclusivo de los procesos económicos, sino que aplica en general en sistemas complejos. Traté sobre esto en artículo de hace un año (“Intervenciones en complejidad y consecuencias imprevistas”, La Estrella de Panamá, 12-10-2019).

Lo mismo se ha hecho en salud este año, cuando hemos abandonado la visión holística de la salud para enfocarnos en una sola enfermedad: la COVID-19. No es la primera vez en la historia de las intervenciones de salud pública, pero lo hecho en la pandemia de COVID-19 por Gobiernos alrededor del mundo ha sido el colmo. Se han escudado en la opinión de “expertos” (coloco entre comillas porque para sistemas complejos no hay tal cosa como un experto) para favorecer -con enorme arrogancia epistémica y ética- intervenciones radicales, prolongadas más allá de toda noción de lo razonable. Han asumido, sin evidencia, que sus intervenciones tan radicales e invasivas -como lo son encerrar poblaciones enteras, destruirles fuentes de ingresos, cancelar años lectivos para los niños, y otras barbaridades cometidas este año en nombre de la salud- no tendrían daños. Es que ni siquiera se han preocupado por tratar de estimar los daños.

En sistemas complejos es imposible prever todos los efectos. Pero algunos se pueden prever, al menos, de modo conceptual. En salud pública se habla de los determinantes sociales de la salud, de modo que nadie podrá seriamente decir que no podía saberse que destruir fuentes de ingresos y condenar al desempleo a una cuarta parte de la población -como proyecta el Ministerio de Trabajo- acarreará efectos adversos de salud, muchos de ellos de largo plazo y hasta irreversibles. Pero nada de esto ha sido mencionado en las conferencias de prensa del Minsa. Todo lo demás dejó de tener importancia. Lo único que importó era evitar tener que escribir “COVID-19” en actas de defunción. Las demás actas de defunción, las que no llevan escrito “COVID-19”, dejaron de importar.

En sistemas complejos no existen las balas mágicas que solo afectan lo que usted quiere. Por ello, cuando se interviene por situaciones puntuales, la intervención debe ser mínimamente invasiva, tanto en intensidad como en duración. Esto ha sido desatendido por completo, particularmente por los Gobiernos de América Latina, que pretendieron hacer confinamientos y cierres económicos prolongados por muchos meses, en lugar de unas pocas semanas, como fue la norma en Europa.

No cuestiono ahora las decisiones adoptadas en marzo bajo incertidumbre. Lo que cuestiono es la enorme arrogancia de haber pretendido sostener por tanto tiempo intervenciones en extremo agresivas, con total desdén hacia los daños. Es el desdén típico en todas las “guerras” hacia lo que eufemísticamente llaman “daño colateral”.

Abogado
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