• 10/12/2011 01:00

Bonanza económica y calidad de vida

F recuentemente, los distintos medios de difusión informan acerca de las proyecciones, por cierto, halagadoras, de nuestra economía y de...

F recuentemente, los distintos medios de difusión informan acerca de las proyecciones, por cierto, halagadoras, de nuestra economía y del nivel confianza de que goza Panamá por parte de los inversionistas extranjeros. Es de esperar que tanta prosperidad se refleje en el bienestar de quienes aquí vivimos, y que la ciudad de Panamá, por tanto, ofrezca una calidad de vida óptima.

No obstante, la realidad es otra. Si usted es peatón y camina, por ejemplo, por el sector de Bella Vista, incluso si va acompañado de niños, tendrá que competir con los automóviles en las calzadas, ya que no podrá transitar por las aceras, convertidas en estacionamientos durante prácticamente todo el día y toda la noche. En la avenida Espinosa Batista, también las isletas se llenan de vehículos a ciertas horas del día. Es obvio que todos los recursos destinados al ornato serán malgastados, porque no hay aceras o isletas que resistan tanto tráfico. Y los agentes del tránsito brillan por su ausencia. En barrios como Calidonia es una hazaña caminar, debido a las mercancías que los almacenes exponen en las aceras, a los tableros de las billeteras, los puestos de frutas y fritangas y todo lo imaginable.

Apenas arregladas, las calles vuelven a llenarse de huecos... las aguas negras se desbordan... el agua potable que falta en muchos sitios se desperdicia en otros... en las carreteras, los diablos rojos, amarillos y de otros colores, circulan sin consideración por los hombros.

La falta de aceras transitables, además, confina a los discapacitados que utilizan sillas de ruedas, en las cuatro paredes de un cuarto, reduciéndolos a meros espectadores televisivos de una prosperidad ficticia repartida en unas cuantas familias.

Nos estamos acostumbrando a una ciudad lastimosa y patética: a la suciedad, al desorden y a la descortesía en el manejo, al continuo sonar de los cláxones, incluso en áreas hospitalarias, a ver cómo la basura se arroja desde los autos en movimiento, o a cruzarnos con alguien que, sin recato alguno, orina en las calles a plena luz del día. Por otro lado, la contaminación visual (agresivas vallas de todo tipo, color y tamaño) y acústica (discotecas que no respetan las normas en cuanto a decibeles, sin mencionar la insalubre costumbre difundidísima de pasar música a todo volumen en cualquier ocasión), está afectando nuestros sentidos.

El problema no solo es atribuible a las malas administraciones, también tiene raíces culturales, formativas y de autoestima que condicionan nuestra conducta ciudadana. Así, se pueden observar personas aparentemente educadas y acomodadas, saboreando sus comidas en restaurantes costosos, frente a una alcantarilla desbordada. Es corriente que no se recojan las heces de los perros que se llevan a pasear, incluso en los pocos parques disponibles para el esparcimiento de los niños.

Es hora de que aprendamos a defender nuestra dignidad y a exigir cuentas del uso correcto de nuestros impuestos en procura de una mejor calidad de vida. En la democracia participativa también se incluyen las protestas.

PROFESOR TITULAR DE LA UNIVERSIDAD DE PANAMÁ.

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