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- 07/06/2010 02:00
Placeres, dolores y vida ética
Los seres humanos pensamos, decidimos y actuamos desde criterios más o menos claros y según objetivos más o menos precisos.
En las distintas fases de nuestro vivir, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, e incluso en algunas fases del sueño nocturno, el placer y el dolor nos acompañan inexorablemente.
Reducir la vida ética a la búsqueda de lo placentero y a la huida de cualquier dolor significa no haber comprendido lo que es la ética ni lo que es la condición humana. Porque cada hombre, cada mujer, no viven sólo para estar tranquilos y satisfechos, sino que se encuentran orientados en lo más íntimo del propio ser hacia un ideal de vida más elevado.
Es cierto que hay quienes no siguen esa orientación a salir de sí mismos, o que incluso nosotros mismos pasamos por momentos en los que predomina el egoísmo y la búsqueda frenética de la propia autosatisfacción. Pero incluso si uno llegase a realizar todos sus caprichos y eliminase todas las molestias (algo, la verdad, prácticamente), escucharía en su interior una luz que le susurra que tal vez su vida está equivocada, que ha escogido una parte muy pobre y muy mezquina de los valores, que ha dejado de lado la belleza del amor heterocéntrico y generoso hacia los demás seres humanos.
La verdadera vida ética inicia cuando rompemos con los diques del egoísmo y cuando dejamos de mirar sólo a lo que uno siente, a lo que uno goza, a lo que a uno le disgusta. Porque la ética no se construye sobre la arena frágil de los placeres movedizos, sino sobre amores profundos que comprometen las propias fuerzas en proyectos buenos, en gestos de justicia, en trabajos concretos para ayudar a familiares, amigos o desconocidos que necesitan simplemente una mano cercana, una sonrisa sincera, una escucha comprensiva, un corazón enamorado y generoso.
*Sacerdote y filósofo.fpa@arcol.org