Vivimos tiempos en los que criticar se ha vuelto costumbre. Hay quienes, desde cómodas tribunas - generalmente desde redes sociales- , reparten culpas con la soltura de quien nunca ha tenido responsabilidad alguna. Y están los que ya estuvieron en el poder y hoy se presentan como salvadores, olvidando —con conveniente intención— que antes tuvieron la oportunidad de cambiar las cosas... y no lo hicieron. No más pesimismo disfrazado de análisis. Lamentablemente, en ese ruido de opiniones es donde está el mayor daño. No podemos seguir siendo espectadores de nuestra propia tragedia. Este país no necesita más comentaristas del desastre. Necesita constructores. Gente que se arremangue. Que se ensucie las manos. Que se atreva a actuar. Porque los panameños no somos indiferencia. Los cambios que merecemos no los vamos a lograr desde el odio, el miedo o la queja permanente. Lo haremos desde la unión, desde el trabajo, desde la voluntad firme de quienes aún creemos que aquí se puede vivir mejor. Construir es el acto más valiente que puede hacer un ciudadano. Porque construir implica compromiso, visión y valentía. Implica no rendirse ante la corrupción ni ceder ante los maltratos. Hoy, el verdadero acto revolucionario no es cerrar calles, sino abrir caminos. No es destruir lo que existe, sino imaginar y crear lo que falta. No es quedarse esperando que el cambio venga de arriba, sino provocarlo desde abajo, desde cada barrio, cada comunidad, cada escuela, cada hogar. Que no se nos olvide que Panamá se construye todos los días, en lo que hacemos y en lo que decimos.

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