Ayer, el presidente José Raúl Mulino buscó llevar tranquilidad al agro panameño al asegurar que la integración de Panamá al Mercosur no pondrá en riesgo a los productores locales y que, por el contrario, abrirá oportunidades de exportación sin precedentes. El mensaje es necesario. Ahora corresponde honrarlo. El campo panameño no desconfía por capricho. Desconfía por experiencia. Durante décadas ha escuchado promesas de modernización, protección y competitividad que no siempre se traducen en políticas concretas. Cada apertura comercial, cada acuerdo regional, ha llegado acompañada de temores legítimos: competencia desigual, falta de apoyo técnico, costos de producción elevados y una institucionalidad que muchas veces llega tarde. Mercosur es, sin duda, un bloque de enormes dimensiones productivas. Integrarse a ese mercado puede representar una oportunidad estratégica para Panamá, pero solo si el país entra con reglas claras, salvaguardas efectivas y un acompañamiento real al productor nacional. De lo contrario, la promesa de exportar se queda en el discurso, mientras el agricultor enfrenta importaciones más baratas y una cancha inclinada. Honrar la palabra implica algo más que tranquilizar. Implica diseñar políticas públicas coherentes: créditos accesibles, infraestructura rural, asistencia técnica, innovación, trazabilidad y mecanismos de defensa comercial cuando sea necesario. Implica sentarse con los productores, escuchar sus alertas y convertirlos en aliados del proceso, no en espectadores de decisiones tomadas desde el escritorio. Panamá no podría aspirar a insertarse en grandes bloques comerciales dejando atrás a quienes trabajan la tierra. El desarrollo no es solo abrir mercados, sino garantizar que quienes producen alimentos puedan competir y vivir con dignidad.

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