El Gobierno interino de Nepal ha comenzado a reanudar servicios esenciales este lunes, en un intento de recuperar la normalidad

La reciente intervención del presidente José Raúl Mulino ante la Asamblea General de Naciones Unidas no fue un discurso más en la rutina diplomática. Fue, en esencia, una reafirmación de la soberanía panameña y de la vocación del país por el multilateralismo, en un momento donde la política internacional se fragmenta entre bloques, intereses y discursos de aislamiento. Hay que reconocer que Mulino no llegó a Nueva York con medias tintas. Con claridad en el podio, proclamó lo que Panamá ha defendido durante mucho tiempo: el Canal es y seguirá siendo panameño. Lo planteó no como un gesto nacionalista vacío, sino como un compromiso con la humanidad. La neutralidad de la vía interoceánica, dijo, es la mejor garantía de su seguridad y de su papel como motor de integración en el comercio global. En tiempos en que los mares se convierten en escenarios de disputa geopolítica, recordar que Panamá custodia un bien público mundial, pero lo hace desde su propia soberanía, es una declaración que no admite doble lectura, aunque existan presiones externas. Ese mismo enfoque lo proyectó al denunciar los embates contra la democracia y la libertad de expresión en la región. Sin señalar directamente, envió un mensaje claro: los regímenes que se aferran al poder y niegan elecciones libres son una amenaza a la estabilidad hemisférica. Definitivamente, la comparecencia del presidente en la ONU no fue un acto de cortesía, sino una declaración política con peso específico. Reivindicó la soberanía del Canal, defendió la democracia, expuso la urgencia ambiental y reclamó multilateralismo en un mundo que amenaza con cerrarse. Panamá habló claro, y el mensaje fue contundente: el istmo no es espectador, sino protagonista de los desafíos globales.