Desde que el Canal de Panamá pasó a manos panameñas, su neutralidad ha sido el cimiento sobre el cual descansa la seguridad nacional y, al mismo tiempo, la confianza de la comunidad internacional. Hoy, más de dos décadas después, Panamá reafirma que esa neutralidad no puede limitarse a una declaración: debe ser cultivada, ampliada y defendida con visión multilateral. La reciente invitación a Brasil (país que aceptó) y Japón al Tratado de Neutralidad no es un gesto protocolar. Es la prueba de que la estrategia panameña, lejos de ser defensiva, ha entrado en una etapa de ofensiva diplomática. Un país pequeño, sin ejército y con apenas cuatro millones de habitantes, ha logrado colocar en la mesa de las potencias la necesidad de blindar la vía interoceánica como patrimonio de la paz y el comercio mundial. La iniciativa del presidente José Raúl Mulino, reforzada por la acción de la Cancillería, ha dejado claro que Panamá no busca “compañeros de viaje” por conveniencia, sino aliados que comprendan el valor universal de la neutralidad. Es justo reconocer que el camino de sumar economías influyentes y actores clave para que el Canal nunca sea rehén de tensiones geopolíticas, es lo coherente y oportuno.

La adhesión de más estados al Tratado no solo refuerza la seguridad del Canal. Refuerza también la legitimidad de Panamá como interlocutor respetado, como nación pequeña en territorio pero grande en visión. El futuro de la vía interoceánica, y con ella el de nuestra seguridad, se asegura mejor cuando el mundo entero la reconoce como un espacio neutral, inviolable y compartido.

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