Colombia, un país que ha luchado por defender su democracia a capa y espada, contra las peores artimañas y los ataques más bajos, costándole la vida a miles de colombianos a través de los años, enfrenta un momento definitorio. Como muchos de nuestros países latinoamericanos, fue víctima de una orgía de corrupción desatada en la búsqueda de obras públicas que servían para entregar sobornos a diestra y siniestra. Nuestro país, que no escapó a semejante podredumbre, debe prestar atención a lo que se revela en nuestra hermana fronteriza. La acuciosa periodista Vicky Dávila en su columna de la revista Semana viene destapando una serie de conversaciones entre colaboradores del expresidente Juan Manuel Santos que dejan al descubierto no solamente todo lo relacionado a las donaciones que recibieron sus campañas para la reelección y la promoción del voto favorable en el plebiscito de los acuerdos de Paz de parte de la constructora Odebrecht, sino prácticas mafiosas de destrucción de documentos relacionados con la contabilidad de esas campañas. ¿Por qué destruir información si no había nada indebido? Es la pregunta. Adicionalmente, cómo el exmandatario colombiano habría influido para alterar el rumbo de las investigaciones del Ministerio Público de ese país. El velo se va descorriendo poco a poco. El trabajo de investigación periodística va sirviendo nuevamente a las instituciones democráticas. Ahora sólo falta que quienes deben llegar a fondo en las pesquisas lo hagan, y quienes deben hablar cooperen, porque ese gran país que es Colombia debe seguir creciendo libre de corrupción y de la mano de sus ciudadanos trabajadores en todos los estadios.

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