• 24/01/2021 21:34

Desinformación, una pandemia más

La masificación del contacto a través de la tecnología ha acrecentado en el mundo, el riesgo de recibir noticias falsas, tergiversaciones de la verdad, opiniones sesgadas y lo peor: la incitación a la desobediencia

La desinformación es una pandemia paralela a la del COVID-19, que ha infectado las redes sociales, la comunicación en general y los medios periodísticos, algunos, hasta la misma médula.

Ahora cuando leemos, vemos o escuchamos una noticia, dependiendo de qué medio la reproduzca, encontraremos puntos de vista divergentes, que dejan dudas en el receptor sobre la veracidad o falsedad de la información.

En nuestro país, la "rumorología" es una nueva ciencia, que estudia los rumores y desinformación para influir sobre la ciudadanía y que ha encontrado en las redes sociales, su mejor aliado para penetrar y esparcirse sin necesidad de dar explicaciones. 

Pero no nos llamemos a engaños, el que desinforma conscientemente lo hace con un solo interés: beneficio propio.

Qué fácil es resolver un país desde la comodidad de sus casas, pues ninguna de estas personas que intenta acabar con las esperanzas de sociedades enteras, busca el sustento diario, ya sea en “teletrabajo” o cumpliendo con un horario y obligaciones fuera de casa (estoy seguro que si lo hicieran no tendrían tiempo)

Pregúntele a un campesino si tiene tiempo para leer twitter, a una hormiguita del aseo si tiene más de cien seguidores o a un asistente de enfermería si lee las constantes acusaciones (sin pruebas) que suben quienes se ganan la vida inventando tonterías desde un sofá de su casa, para que usted y yo nos convirtamos en adictos de su verdad.

Una producción de Netflix emitida el recién pasado año, describe perfectamente esa adicción y los impactos negativos de las redes sociales en personas y sociedades, porque no es más que elresultado de las estrategias diseñadas para manipular emociones y comportamientos, y mantener conectados a los usuarios.

El documental “El Dilema de las Redes Sociales” presenta testimonios de exejecutivos de las empresas más grandes de Silicon Valley y de académicos, en una minuciosa explicación del consumo de redes sociales y cómo, inconscientemente, somos parte de ese negocio, pero no de la parte ganadora.

De acuerdo a los propios creadores de estas tecnologías, cuantas más horas pasamos conectados a las redes sociales, más información detallada dejamos al descubierto sobre nuestros hábitos, gustos y características de consumo, datos que son aprovechados para seguir manipulándonos.

Se describen las herramientas creadas para mantenernos "distraídos" mientras los anunciantes ganan dinero, en el caso de los anunciantes, pero bien se adapta en el modus operandi de quienes buscan influir en el comportamiento de la sociedad introduciéndose en su parte emocional, manipulando abiertamente los contenidos para favorecer su línea desinformadora por el beneficio propio. En pocas palabras, le regalamos nuestro tiempo y “likes” y ellos salen ganando.  

Ese sector no apunta hacia la solidaridad, sino a la conveniencia, se sienten cómodos en sus casas despotricando contra cualquier cosa que se haga con trabajo y disposición al bien común, no aportan ni respaldan programas de ayuda humanitaria (llámese bono solidario), pero cuestionan que ese apoyo esté llegando a quien lo necesita, y cuánto cuesta darle una bolsa de comida a quien la necesita.

No menos cierto es que los hemos acostumbrado a elogiar su “valentía y contribuimos a que se autodenominen “defensores” de un pueblo por el que jamás han hecho un solo sacrificio personal, pues no han tenido la oportunidad de conocer el significado de la expresión “partirse el lomo para ganarse el pan”, si no me cree revise a por lo menos cinco de ellos y me dirá lo que hace para ganarse la vida.

Así de sencillo es esto, mientras nosotros les damos “me gusta” o compartimos sus publicaciones, satisfacemos sus intereses personales, económicos o políticos y recompensamos su vanidad. 

Un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts advierte que la información falsa se propaga más rápido que la información que la desmiente, y que el 70% de los mensajes desinformadores se comparten, convirtiéndose en los llamados "fenómenos virales"; el mismo estudio destaca que un 85% de las personas piensa que la desinformación es una amenaza contra la democracia. 

Hay una gran diferencia entre fomentar la mirada crítica de la ciudadanía, con la publicación de hechos concretos, e inducirla al consumo de información falsa, manipulada y con un evidente sesgo político y/o económico. Es por esto que cuando se ataca con tanta vehemencia un trabajo que es vital para salvar a la ciudadanía del COVID-19, existe un fin específico: ganar-ganar y el pueblo no entra en esa ecuación.

"Repetir una mentira mil veces no la convierte en verdad, simplemente, deja ver a quién miente en su verdadera personalidad".

Según el documental, los ex trabajadores de estas plataformas informáticas crearon un sistema que privilegia la información falsa (...) “porque la información falsa rinde más dinero a las empresas que la verdad", dice uno de los entrevistados y porque "la verdad es aburrida".

Habiendo dicho todo esto, por lo menos en mi caso, en adelante depende de nosotros mismos dejarnos manipular, a sabiendas de que cada tecla que oprime el emisor de esos mensajes se traduce en algún beneficio personal del cual no formamos parte, o vacunarnos contra la pandemia de la desinformación.

Dejo a manera de mensaje, las palabras que emitió hace pocos días el vicepresidente de la República, José Gabriel Carrizo, sobre la desinformación:

"En medio de una crisis tan difícil como la que enfrentamos, no debe haber margen para la desinformación y la calumnia. Respetuosos de la estrategia continua de vacunación del Gobierno Nacional, mi familia y yo no hemos sido vacunados, y esperaremos hasta la fase en que nos corresponda".

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