• 20/10/2025 00:00

La coerción económica como arma

Durante décadas, los comerciantes panameños nos vendieron la globalización como sinónimo de estabilidad y progreso. Sin embargo, en pleno siglo XXI, las cadenas globales de suministro, la tecnología crítica y los flujos financieros han dejado de ser instrumento de prosperidad y se han convertido en armas de presión y coerción económica. El tema de la presencia china en el Canal de Panamá es el resultado de haber manejado nuestro activo más estratégico como un simple negocio para la aristocracia del país, y no como una herramienta diplomática neutral y activa.

En junio del presente año, un “acuerdo marco” silencioso entre Washington y Pekín reveló que el mundo ha entrado en una nueva era: la de la interdependencia armada neonacionalista. Este concepto describe la transformación de la infraestructura económica tecnológica global en un arsenal de coerción. Hoy hay cuellos de botella financieros, tecnológicos y logísticos que pueden convertirse en instrumentos de poder geopolítico dando fin a la cooperación y libre intercambio que promovían los defensores del neoliberalismo.

Durante dos décadas, Estados Unidos dominó esa lógica. Tras los atentados de las torres gemelas, convirtió las plataformas financieras globales (red SWIFT y el sistema de compensación en dólares) en mecanismos hegemónicos de control. Lo mismo hizo con internet y las industrias tecnológicas de punta (nigh-tech), obteniendo información estratégica bajo el paraguas de su jurisdicción. Al principio, el objetivo fue perseguir terroristas y regímenes díscolo como Irán. Pero con el tiempo la casa blanca aprendió a usar estos mecanismos contra amigos y enemigos.

Mientras el monopolio neoliberalista americano crecía, Pekín con sus empresas estatales dirigidas desde sus juntas directivas por comités del partido comunista de China Popular, con ayuda de comerciantes y empresarios foráneos, construían su propio arsenal: controles de exportación, dominio de la cadena de tierras raras, y en ecosistema tecnológico cada vez que más autónomo.

La coerción más simbólica se produjo cuando la administración Trump aceptó flexibilizar las restricciones a la venta de software de diseño de chips a cambio de que China relajara sus controles sobre tierra raras (esas que extraen en Donoso). El mensaje fue alto y claro: el país que de antaño que imponía condiciones a todos, ahora también debía poner fuera de la mesa a Musk y negociar bajo presión.

Si en la era nuclear Washington respondió al desafío con grandes inversiones estratégicas, en la era de la interdependencia armada desmantela las capacidades institucionales necesarias para sobrevivir: oficinas como la OFAC, que gestionaba sanciones financieras, o la BIS, responsable de los controles de exportación, han sufrido recortes de personal y presupuesto.

Mientras Estados Unidos reduce su capacidad de análisis, Pekín ha creado un robusto entramado burocrático para convertir los cuellos de botella en herramientas de presión calibrada. Su sistema de control de exportaciones no solo permite detener la salida de tecnologías claves e insumos básicos de otras naciones, sino también recopilan información para saber quién depende de qué, y en qué medida. Así puede aplicar represalias selectivas y sofisticadas.

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Continuará...

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