• 14/08/2016 02:00

La acusación de Donald Trump

Nada tiene que ver la acusación de Trump con la política que ha llevado adelante el presidente Obama 

En lo que puede considerarse como un acto peligroso y delicado, el candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, acaba de afirmar que el presidente Barack Obama es el fundador del Estado Islámico.

Pareciera que una de las falencias de la Democracia es utilizar la información sucia como componente cardinal de una campaña, aunque después no sea utilizada más nunca, sin que se presenten evidencias para sustentarla. La cuestión es ganar a como dé lugar. Entonces se puede mentir, calumniar, distorsionar y apelar a cualquier transgresión sin que ello sea sometido al más mínimo escrutinio.

Nadie objeta el carácter agresivo de la campaña de Trump, total, él es como el boxeador que reta a un campeón: debe atacar y buscar el combate, pero ¿lo habilita esa situación para que muerda, meta codazos y dé golpes bajos? De ninguna manera, aunque el lesseferismo democrático se ha vuelto tan tolerante que la política va asumiendo aceleradamente los rasgos que Sun Tzu atribuye a la guerra: la gana el más tramposo .

Pero la aseveración de Trump no se queda en la blasfemia. La de Obama ha sido una política exterior caracterizada en los últimos ocho años por contener la posibilidad de que EE.UU. se comprometa en guerras como las de Irak. Durante su primer y segundo periodo se esforzó por retirar las tropas norteamericanas de cuanto conflicto pudo, tendió puentes con el convulsionado mundo árabe, y redujo eventuales acciones bélicas de proyecciones descomunales, a las operaciones conspirativas de sus unidades de inteligencia. Obviamente en el caso de Ucrania, la parada de los rusos también contribuyó a evitar que el conflicto fuera más allá de donde se detuvo.

Pero el de Obama no ha sido un Gobierno guerrerista. El mandatario norteamericano ha debido pagar dentro del establecimiento un alto costo por su política de distensión, en un país donde una guerra cada dos años se había convertido en una especie de requisito obligado.

Nada tiene que ver la acusación de Trump con la política que ha llevado adelante el presidente Obama, al menos así lo evidencia un examen a sus ejecutorias. Que fuera cierto lo que dice Trump, significaría para Estados Unidos y el mundo una entrada beligerante de los sectores guerreristas en distintos escenarios del planeta, la guerra como solución o deterioro a problemas que hasta ahora se han abordado por la vía política. Y claro, volver a los enormes negociados de una industria armamentista, que hasta ahora se ha visto limitada en sus ganancias. Todo parece indicar que la voz de Trump grita: ‘¡Fin a la negociación, sí a la guerra! ¡Hay que patear la puerta de la cantina! ¡Abajo la vida, que viva la muerte! '.

Una voz ante la cual la propia sociedad norteamericana tendría que ver con preocupación el retorno del guerrerismo en contra del cual votó en las dos últimas elecciones, y temer por la vuelta de sus hijos de guerras distantes y la eventual aparición de los ataúdes.

¡Qué contrasentido! Y no es que se ignoren la compleja situación de Medio Oriente o el tradicional apoyo de Estados Unidos a Israel. Es que con su aseveración Trump trata de llevar al debate electoral norteamericano un complicado tema de policía exterior para tratar de cambiar la conducción política de la primera potencia mundial. No es censurable su intento, total los torneos electorales se hacen para eso; lo malo es su aseveración y el uso de esa herramienta: campaña sucia, para capturar votos.

PERIODISTA

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