• 18/09/2016 02:00

Para entender el cambio a la panameña

‘... deben comprender que la única construcción admisible, el único cambio profundamente deseado, es el de una mejor sociedad'

Nunca he sido partidario de la retórica del fracaso ni de la apología de la mediocridad. Nuestro país está siendo arrastrado al pantano del conformismo y de la autocomplacencia, generado por el paternalismo, el populismo y por todas aquellas formas de ‘ismos ' que proponen el asistencialismo y la reducción de la libertad, de la creatividad y de la imaginación, transformándola en algo muy parecido a la demagogia y a la anarquía.

Nuestro país sufre una grave crisis de identidad, de institucionalidad, de legitimidad política, de seguridad, de migración ilegal incontrolada y, con el desaceleramiento de la actividad económica. Ahora resurge la inestabilidad laboral y la preocupación por el estado de la economía. Con mayor o menor razón, el panameño común ha identificado como causa de estos problemas el inmovilismo o la mala gestión pública de los problemas y de las soluciones por parte de la actual Administración del Estado.

Por todas estas y otras razones, las voces de CAMBIO se han acentuado con el tiempo. Pero esto no es nuevo. Todos los candidatos a elección popular vienen ofreciendo y pregonando el CAMBIO como marca de servicios. Año tras año, el panameño pide cambios y los políticos los ofrecen, lo prometen, lo firman en Notaría y hasta logran convencer que son la encarnación, la personificación del Cambio deseado por las mayorías.

No son nuevas las ofertas y los pedidos de CAMBIO. Desde hace mucho, las voces del Cambio son las mismas. La única diferencia es que ahora se han acentuado, se han hecho más fuertes que antes. ¿Pero qué quiere cambiar el panameño y qué ofrecen cambiar los vendedores del CAMBIO ?

La mayoría de los demagogos y vendedores del Cambio ofrecen el servicio del cambio a la carta , catalogado o descrito en un menú, a pedido. Así, ofrecen cambiarlo todo, porque nada sirve. Ofrecen que el Gobierno actual se vaya, pero que el anterior no vuelva y que venga uno nuevo, pero no muy diferente al anterior. De esta forma, cumplen con los sueños de algunos con que tal o cual partido o candidato gane, a fin de que todo cambie, pero no tanto. No faltan aquellos cuyas añoranzas les hacen olvidar los actos de autoritarismo o corrupción del pasado, con tal que ciertas cosas vuelvan a cambiar, pero solo si les favorece.

Ahora, muchos piden el cambio para volver al pasado, para que las cosas se hagan de la manera que antes se hacían, para que la economía sea más próspera, para que, por arte de magia, haya más subsidios, más plata, más dinero, más proyectos, más tierras que comprar, más empresas, para que las cosas sean más baratas, en fin, para que el reino de la abundancia vuelva de manera indefinida al país. Y los politiqueros de siempre siguen ofreciendo el reino de la abundancia, de la bonanza económica permanente, a costa de impuestos y deuda pública, para que los costos los paguen otros, las futuras generaciones.

La irresponsabilidad es tal, que en el país abundan los partidarios del cambio, de cualquier cambio. No importa hacia dónde o cómo ni quién. Por todos lados hay gente que habla de la necesidad de un cambio. Anuncian en altas voces que debemos cambiar esto o aquello, a este o aquel. Hablan sobre quiénes serían los gestores del cambio. Gente que ya ha estado en el poder o que aspira a estarlo, pero cuyo currículum vitae no incluye ninguna actuación, ninguna idea, ningún proyecto, ningún justificativo que haga pensar que son los verdaderos líderes del cambio que se desea.

La sociología del cambio en nuestro país es pobre o inexistente. La política del cambio en nuestro país es una vergüenza. Los promotores del cambio son ridículos. Las propuestas de cambio surgen por doquier, con mayor o menor ilustración o profundidad y todas tienen en común un cambio para que todo siga igual.

Por ende, el inmovilismo, el statu quo , la mediocridad o el fracaso se vislumbran por doquier. Es menester el cambio que se sirve en un plato, para degustarlo con cuchara o con las manos, pues no valen ya los buenos modales, estos son parte de ese ridículo atuendo que utiliza la gente culta para sentirse diferente del resto, por lo tanto, los buenos valores y las buenas maneras hay que dejarlas de lado y hay que cambiarlos también, pues, si en la televisión dicen que lo vulgar es lo correcto, ser decente, honesto y cordial, justo, aplomado, estar sobre el nivel y tener clase, todo eso no son más que costumbres añejas, pertenecientes a esa casta de gente que debemos eliminar y cambiar porque nos hacen sombra.

Pero, aun así, Gobierno tras Gobierno, seguimos hablando del cambio. En todos los torneos electorales, antes y después, seguimos hablando del cambio. En todas las actividades que desarrollamos, en la radio, en la televisión, a todos los niveles, incluso en las empresas, seguimos hablando de cambio.

Sin embargo, lo más triste de todo, es que luego de casi 30 años de vida pseudodemocrática, seguimos hablando de cambio sin saber hacia dónde cambiar, qué cambiar, cómo cambiar o cuál es el cambio que se desea.

De lo que sí estamos seguros es de que queremos que todo cambie, porque nada sirve, pero queremos que ese cambio nos lo dé todo, pero que no nos afecte en nada. Queremos un cambio que nos mejore la vida, pero sin las responsabilidades que conlleva la vida democrática y en libertad.

Estamos seguros de que, haciendo lo mismo de siempre, obtendremos resultados diferentes, por lo que, año tras años, elecciones tras elecciones, seguimos apoyando a los mismos para que sean diferentes en algún momento. Algo así como que votamos por los delincuentes para que algún día sean hombres honestos, puros, probos, de estatura, estadistas. Escogemos a gente sin convicciones, sin preparación, sin principios, piratas o corsarios, para que nos represente, habida cuenta de que, si roba, al menos, se bañará en regadera y nos dejará las migajas.

Bueno, el mecanismo de reducción de la pobreza en Panamá, mediante la escogencia de gente de la peor calaña, resulta de ejemplarizante efectividad, pues podemos observar, en todas nuestras instituciones, gente cuyo único propósito es obtener dinero por el medio que sea, vendiendo u ofreciendo lo que sea, así sea a costa de realizar actos abiertamente inmorales o ilegales o ambos.

En Panamá la corrupción es un medio de distribución de la riqueza y de la reducción de la pobreza. Entran pobres y salen ricos o entran ricos y salen multimillonarios.

En fin, el politiquero de comparsa panameño siempre ofrece un cambio, para que nada cambie y todo siga igual, pero diferente. Son los primeros filósofos del cambio generalizado y promotores de toda medida de cambio que les permita seguir igual y hasta mejor, siempre que no los afecte.

Estas contradicciones que, desde la perspectiva de un visitante extraterrestre, parecieran una comedia, son el afán de muchos de nuestros conciudadanos que participan de la vida activa de nuestras instituciones políticas y gubernamentales, en general, donde seguir las reglas, ser ordenado, prudente, disciplinado, apegado a la Ley, justo y equitativo, eficaz y eficiente, son nociones inexistentes.

La ausencia de debate. La ausencia de procesos de autocrítica. La ausencia de voces libres y de buenas costumbres al frente de lo que debiera ser la construcción de nuestro templo interior, como individuos, o de nuestro templo nacional, como sociedad, como personas o como país, nos hacen cuestionarnos sobre la viabilidad de nuestro porvenir como Nación.

Este diagnóstico es profundamente deprimente. No faltarán quienes lo adversen. Pero para contradecirlo, les pregunto: ¿saben ustedes qué es lo que el panameño aspira a que sea cambiado?

Yo me atrevo a ofrecer una respuesta, con el atrevido riesgo de equivocarme: creo que hay panameños que aspiran a que haya ORDEN; a que haya DISCIPLINA; a que las instituciones del Estado FUNCIONEN, protejan y defiendan al ciudadano, respetándole sus derechos, con justicia y equidad; a que la policía sea una policía democrática, institucional y garantista, protectora del ciudadano; a que no se regale o se despilfarre el dinero en asuntos triviales y se resuelvan los problemas importantes; a que haya un liderazgo en el país; a que el bien colectivo triunfe sobre el interés particular.

Creo firmemente que el panameño muy profundamente aspira a que el Órgano Judicial funcione; a que la coima sea erradicada; a que las calles del país estén asfaltadas y sin huecos; a que haya agua, electricidad y teléfono; a que se acabe el juegavivo individual o colectivo, gubernamental o empresarial; a que las leyes del país se apliquen como deba ser; a que la Constitución Nacional se respete; a que los presidentes, ministros, diputados, representantes no se reelijan indefinidamente; a que los jueces fallen rápidamente y que se apeguen al Derecho.

Muchos Gobiernos, casi todos, cada cinco años prometen la construcción de obras faraónicas. Muchos lo hacen. Pero terminan sus mandatos odiados y despreciados. Nunca comprenden la razón.

La causa es muy simple. Prometieron un Cambio que nunca llegó. Por esto, deben comprender que la única construcción admisible, el único cambio profundamente deseado, es el de una mejor sociedad. Todo lo demás se lo lleva el viento del olvido y es enterrado por las arenas de la soledad y del desencanto.

ABOGADO

‘(Un) diagnóstico... deprimente. No faltarán quienes lo adversen. Pero..., les pregunto: ¿saben ustedes qué es lo que el panameño aspira a que sea cambiado?'

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