• 24/02/2011 01:00

El germen de la intolerancia

La falta de tolerancia se está tomando como si no fuera nada. Incluso hay gente que la aplaude y alienta. Es triste y vergonzoso que sec...

La falta de tolerancia se está tomando como si no fuera nada. Incluso hay gente que la aplaude y alienta. Es triste y vergonzoso que sectores de la oposición y de la izquierda estén detrás de hechos de violencia colectiva, fundamentados en razones políticas. Jamás se vio tanta irresponsabilidad en el país.

Creíamos superados los años en que los partidos tenían milicias particulares, lo que ocurre ahora es imperdonable: se maneja a las masas en pos de objetivos políticos definidos. Mucho más triste es que los propios medios amparen y justifiquen estas conductas. La violencia es mala y destruye, es espantosa, venga de donde venga.

No podemos ignorar que vivimos en un país inmerso en la violencia. Los muertos producidos, ya sea por la delincuencia organizada, la mafia criolla o los matones de barrio, no son más que reflejos de una sociedad que cada día se vuelve más intolerante.

Aun tenemos fresca la imagen de un profesor que discute con otro conductor, por un simple espacio en una carretera rápida, saca el arma y le dispara a su interlocutor en el estómago. Aun tenemos en la mente un marido que de un tajo de machete le vuela el brazo a su mujer.

Solo hace pocos días la Convención Panameñista fue invadida por un grupo de indígenas ngäbes liderados por supuestos ambientalistas. Con violencia tumbaron la cerca y entraron belicosos en las inmediaciones del gimnasio Los Naranjos. ¿Que buscaban con estas acciones? De no ser por la capacidad mediadora de Juan Carlos Varela, quién sabe hasta dónde hubieran desbordado esas pasiones.

Días antes de este incidente, Luis Ernesto Carles fue agredido violentamente por una turba, azuzados por gente extraña a esas comunidades indígenas. Curioso es que Carles es un hombre de paz, un pacificador connotado, un mediador probado, un hombre de concertar y dialogar para resolver los conflictos.

¿Qué está pasando en esta sociedad a la deriva? ¿Qué intereses mezquinos y crueles están alimentando el morbo y la violencia en las conciencias de nuestra gente humilde? Todos sabemos cuándo empieza, pero no sabemos cuándo termina. Panamá está en el camino de ser inmersa en una vorágine de violencia. Urge que la Defensoría del Pueblo se apropie del papel que le corresponde. Necesitamos una institución con presencia en las comunidades que ayude a educar y capacitar en la mediación, que fomente el diálogo como instrumento en la resolución de conflictos.

Pena dan las posturas políticas que mantiene esa institución hoy en día. Asimismo como en ninguna forma debe ser aplaudidora de conductas que lesionen los derechos humanos sea del gobierno que sea, la Defensoría no debe ser la barricada callejera de la oposición de turno.

Necesitamos recuperar la imagen y prestigio de la institución y eso solo lo podrá lograr un defensor realmente comprometido con el diálogo y la mediación y que su vida refleje ese compromiso y balance.

*ANALISTA POLÍTICO.

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