• 25/02/2011 01:00

La sociedad en que vivimos

La sociedad mundial está camino al caos. Las contradicciones, el egoísmo, la soberbia, la codicia, las armas, la ignorancia, el hambre, ...

La sociedad mundial está camino al caos. Las contradicciones, el egoísmo, la soberbia, la codicia, las armas, la ignorancia, el hambre, las drogas están minando la historia, acabando con el futuro, con el planeta, con la naturaleza y con la especie humana. La confusión de la Torre de Babel y el desastre del diluvio, nos están amenazando. La tragedia de Abel y Caín se repite entre pueblos, clases y países. No bastaron dos guerras mundiales en el siglo pasado para que tomáramos escarmiento. Pero la barbarie, la incivilización, la violencia nos acechan constantemente. Una parte del mundo, por cierto importante, empuja la carreta de la historia con energías atómicas, velocidad cósmica y con técnicas nanométricas.

El mundo globalizado se ha hecho chico, las distancias no son problemas, la salud ya casi está resolviendo todas las patologías, las comunicaciones son instantáneas, la energía se derrocha. La ciencia y la tecnología han revolucionado los continentes.

Utilizando estos inventos y recursos, las sociedades crecen, se enriquecen, lo material se convierte en el dios moderno. Los objetivos son crecer, riquezas, comprar, consumir, engordar, correr, producir, inventar, divertirse, emborracharse de alcohol o cualquier cosa. Por el progreso se va a la competencia, unos ganan otros pierden, vence el poder, aplican el ensayo y error, lejos del método científico. No importan los que quedan muertos en el campo; no importan el dolor, la frustración, las injusticias, los genocidios, las corrupciones, las coimas, la impunidad, los negocios, las usuras, el terrorismo económico que envilece la pobreza, el terrorismo de Estado de las dictaduras. Lo importante es el triunfo a como dé lugar, el statement, el club, el último automóvil o yate, el materialismo, la cuenta bancaria, los intereses, los dividendos, la bolsa, la propaganda, la imagen, aunque sea de ficción. Es el mundo plástico (como las tarjetas). Los índices económicos califican a las sociedades y los individuos.

Todo es dinero, horas de trabajo, rendimiento, eficiencia. El saber es solo para producir, para crear cosas a veces inútiles, para pasar el tiempo, para entretener frívolamente, para vanidad, para la hipocresía, lo fatuo, la vulgaridad y la hostilidad agresiva, la alienación frustrante. Las ideas se confrontan con publicidad y dinero. Los dioses se pelean en dogmatismos. A pesar de tener un solo Dios, los creyentes se combaten por territorios, por la fe, por creencias, por jerarquías, por el petróleo. Los ricos contra los pobre, lo orientales contra los occidentales, las etnias entre sí, los jóvenes contra los viejos, las izquierdas contra las derechas. Es el revolcón del ‘cambalache’. Se vive cada época y en cada región diferente. Evolucionamos. Pero la realidad es nacer y morir. ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Cada quien con su verdad, con su esperanza o fatalismo. Cada día es la vida. Y se encuentra cada ser con su mundo interior. La felicidad es un placer interno, que poco tiene que ver con la riqueza material. Solo ayuda a calmar las ansiedades. Las realizaciones, la satisfacción de conciencia, el amor compartido, la armonía con los prójimos, el compartir y participar en la sociedad real produce un buen estado de Felicidad.

Toda la comunidad, todos los países todos los niveles y clases en forma realista y práctica estamos llamados al bien común, a las actitudes, conceptos, valores y conductas a tener conciencia y sensibilidad social, aplicar la éticas y valorar la estéticas. A compartir el aire, la belleza, la paz, la amistad, la solidaridad. Los pedagogos, los sociólogos, los antropólogos, los psicólogos y los poetas lo manifiestan. Los escritores lo publican. Los religiosos lo predican, los políticos hacen demagogia. Pero esas metas de felicidad interna pueden estar, y de hecho están, en muchas partes.

En un rancho de la selva, en el mar, en la tranquilidad de un anciano, en el juego de un niño, en la vida familiar, en el placer sexual—sentimental, en el taller de un artista, en el trabajo de un obrero, en el silencio de un templo. En la sabiduría para ser mejor y compartir con todos, esos conocimientos, para servir a la sociedad, al prójimo, a la patria y cada quien a su Dios. Definitivamente que la educación es una excelente herramienta para llegar a ese nirvana. Entender para comprender, con juicio crítico constructivo, vivir con asertividad. La familia, la escuela, la sociedad y los medios de comunicación social masivos deben ser los vehículos para hacer ese camino. Por eso la cultura, las escuelas de padres, el arte y la ciencia son los instrumentos aplicados, no para explotar, sino para servir.

Las grandes estructuras económicas locales e internacionales han perdido la ruta. Los grandes consorcios, los llamados países desarrollados, las estrategias de la OCDE, en su insaciable afán de acumular capital están acabando con la gente pobre, con la naturaleza. Sin prevenir ni indemnizar por los daños y perjuicios humanos y ecológicos, sociales ni individuales. Ellos tienen el sartén por el mango. Ese sistema tiene que racionalizarse, humanizarse, por su propia sobrevivencia, por la historia. Por la sostenibilidad y sustentabilidad, por la responsabilidad empresarial, por la paz. El sufrimiento de parte del mundo, se ha estado rebelando desde siempre, pero cada día somos más, la Tierra tiene que darnos para todos. La estabilidad es el equilibrio, la equidad, la justicia social con la bandera que sea. El amor al prójimo que gritan todas las religiones es una llave. Los terrícolas tenemos que uniformar los objetivos. Y aquí unirnos para un Panamá Mejor.

*MÉDICO Y EX MINISTRO DE ESTADO.

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