• 13/10/2011 02:00

Sin legitimidad moral

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.. El presidente Ricardo Martinelli es un gobernante desprovisto de autoridad moral, que ha convertid...

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

El presidente Ricardo Martinelli es un gobernante desprovisto de autoridad moral, que ha convertido la política en una doctrina de engaños y mentiras. En forma inmoral emplea la demagogia y la traición para destruir el sistema democrático que por dos décadas han construido los panameños.

El suyo ha sido un fraude monumental del cual está despertando la ciudadanía. Si por un lado la mayoría de los panameños se pregunta cómo cometió semejante equívoco, a Martinelli lo asalta la realidad del cada vez más creciente rechazo popular.

Por más que desde las sombras sus asesores en marketing político —algunos que también están detrás de la ultraderecha republicana— se empeñen en demostrar lo contrario, la suya es una presidencia cada vez más devaluada. Nada pueden hacer para sobrevender a un funcionario que entró en forma precipitada en su curva de decadencia.

La propaganda oficial que se puede ver y oír hasta el hartazgo no logra sus propósitos, pues Martinelli ha gestado la desunión entre los panameños e instalado una sensación de encierro y paralización rencorosa, en lugar de la frescura que debería percibirse en una sociedad reconciliada consigo misma y con acceso para todos a las oportunidades que brinda la apertura del país al mundo.

El verdadero sustento de una sociedad, de su vida colectiva, tan importante como la vida de la naturaleza, es la educación, la cultura, la ética y la moral. Pero Martinelli no conoce de escrúpulos, porque carece de principios. Desconoció la ética como empresario, está ayuno de moral política.

Su empeño por degradar la política comprando con fondos públicos, para sumar a su partido Cambio Democrático, cuanta lacra social encuentra a su paso, está generando el repudio de la ciudadanía en las figuras por las cuales votó. Martinelli está haciendo de la política una expresión farandulera, como si se tratara de una permanente pasarela por la que desfilan las desviaciones más degradantes.

La semilla autoritaria que comenzó a germinar desde que asumió el poder, ahora se manifiesta en la perversa vocación de pretender dominarlo todo. Se ha propuesto destruir piedra por piedra las instituciones democráticas. Trata también de destruir la idea de lo público, en un empeño por privatizar el pensamiento ciudadano y hacer desaparecer todo sentido de decencia, de justicia, de lucha por la igualdad y de pertenencia a los intereses del bien común.

Martinelli actúa por impulsos viscerales humillando y burlándose en forma permanente del país. Su proyecto es perpetuarse en el poder y continuar saqueando la riqueza nacional. Su uso mafioso del poder, no conoce límites. La vida pública y la gestión de gobierno las considera como un negocio de Estado. Su falta de moral pública se debe a que su visión de la política es ajena al alcance social. Nada de desarrollo del mercado interno, de reformas sociales y culturales, ni de combate a la pobreza, renglón en el que Martinelli no ha hecho nada por saldar la deuda con una Nación cada vez más agobiada por el alto costo de la vida.

Lo importante en todo este escenario es que los panameños no están huérfanos de talento y coraje. El momento demanda abandonar el arreglo inmediatista, las transigencias y las concesiones, e instalar un discurso realista de porvenir, de esfuerzo y, sobre todo, de esperanza en un futuro sin Martinelli.

Ese personaje grotesco que no se imaginó el país ni en su peor pesadilla, quedará en el pasado al igual que sus ambiciones por adueñarse del país. Por muy encumbrado que sea actualmente su estatus, por muy blindado que ahora parezca, Martinelli es solo un funcionario transitorio y cuando concluya su mandato será un ciudadano más que deberá rendir cuenta por sus atropellos y toda suerte de delitos y agravios contra la Nación.

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