• 26/01/2012 01:00

Educación y sabiduría

A bsorbido en la lucha en pos del éxito temporal el ser humano pierde de vista muchas veces el propósito y magnitud de la verdadera educ...

A bsorbido en la lucha en pos del éxito temporal el ser humano pierde de vista muchas veces el propósito y magnitud de la verdadera educación. Se entrega así al frenesí por lograr el éxito y la seguridad económica como meta final. Esa visión comprende un alcance muy estrecho. La verdadera educación es más que la culminación de una determinada carrera o la obtención de un diploma que acredite la finalización de un curso de estudio. También es más que convertir el título en una herramienta utilitaria. La verdadera educación significa más que la preparación para la vida actual. Comprende todas las dimensiones del ser humano y todo el periodo accesible a su existencia.

La verdadera educación es la que forma a la persona en los principios que deben regir cada acto de la vida, desde una perspectiva moral y ética. Esa educación integral riñe muchas veces con el conocimiento y no significa necesariamente haber alcanzado la sabiduría. En ocasiones no tienen ninguna conexión. La verdadera educación debe familiarizar al individuo con la fuente de toda sabiduría y justicia con una visión de eternidad. Y desde esa perspectiva es que la persona puede evaluar los aspectos temporales de esta vida.

Solo la verdadera educación produce sabios verdaderos. No los sabios en artes mágicas, ni los que poseen habilidades especiales, los astutos, los que tienen inteligencia práctica para remontar las circunstancias de la vida, los cultos o educados. El rey Salomón, considerado el hombre más sabio que jamás existió y cuya fama despertaba la admiración del mundo de su época, dijo que el temor de Dios es el principio de la sabiduría. No se refiere al temor en el sentido de miedo. Más bien de reverencia y respeto. La habilidad para actuar sabiamente en cada ocasión de la vida surge de la relación del ser humano con Dios.

Esa capacidad se crea cuando la persona está dispuesta a abandonar su egoísmo, su soberbia, su autosuficiencia y sus métodos particulares para alcanzar objetivos temporales. Entonces puede aceptar la sabiduría que proviene de lo alto. Dios da el entendimiento y fortaleza para lograr la mayor suma de bien, tanto en el desarrollo físico como en el intelectual o emocional.

Es triste notar que mucho de lo que la Humanidad estima como sabiduría carece de valor a la luz de la eternidad. En todas las épocas las personas se han sacrificado para alcanzar conocimiento aceptable en el contexto social. Hubo momentos en la historia en los que se asignó un valor supremo al conocimiento filosófico. Actualmente muchos consideran el conocimiento científico y tecnológico como el mayor bien. Se materializa así el valor de la existencia por encima de lo espiritual.

Actuar con sabiduría añade años y enriquece la vida. El individuo se torna discreto y sensato. No se considera sabio en su propia opinión. Abandona los caminos torcidos y el hablar perversidades. No se complace en hacer el mal, ni en planear el daño ajeno. Quien posee sabiduría tiene una conducta y pensamientos bondadosos. Actúa prudentemente pensando en lo que hace y cuáles son las motivaciones para comportarse de una forma determinada. Es un ciudadano más sensibles y conscientes, como resultado de la síntesis entre fe y conocimiento.

Estos principios son especialmente relevantes en vista de la gran controversia entre el bien y el mal que se desarrolla en el mundo exterior y en el ser interior, sede de los sentimientos y las pasiones humanas.

¿Dónde está el énfasis de la educación, en el conocimiento de los hechos o en la sabiduría de la vida? La sabiduría que proviene de Dios fortalece al individuo, para considerar la existencia desde la perspectiva de la eternidad y tomar decisiones desde esa perspectiva. La sabiduría que viene de Dios asegura a cada ser humano el uso correcto del conocimiento y ubica a su poseedor en la línea de éxito final y eterno.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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