• 07/03/2012 01:00

Primera lección

P aul Antonio empezó su tercer grado con un trabajo de composición para la asignatura de Ética. La maestra le pidió redactar un texto cu...

P aul Antonio empezó su tercer grado con un trabajo de composición para la asignatura de Ética. La maestra le pidió redactar un texto cuyo tema eran las experiencias vividas durante las vacaciones. El niño no comprendió cómo su recuento correspondía a una actividad relacionada con la materia cuyo nombre escuchaba por primera vez.

Él y tres cuartos de un millón de estudiantes iniciaron un nuevo año lectivo y en el ambiente, empezaron a circular los problemas típicos del periodo: las escuelas en malas condiciones; la falta de materiales; el precio de los libros; la estructura docente en los colegios. Y ahora, un componente distinto, personal que acude a los establecimientos con documentación falsa para ocupar las posiciones vacantes.

Este periodo escolar es como abrir otro expediente para exponer repetidos síntomas de la realidad educativa. Un episodio adicional de un diálogo inacabado entre las autoridades ministeriales y los educadores. Unos se quejan de las condiciones desmejoradas de muchos centros para el inicio de clases. Los responsables de la política del ramo, piden paciencia para resolver los problemas.

Estas contingencias son motivo de información en los medios de comunicación y cualquier iniciativa para analizar, comentar u organizar un esquema de discusión, se ve abortado por falta de interés en un debate sobre la experiencia de la enseñanza y los enfoques más actuales para el desarrollo de las estrategias didácticas cónsonas con los requerimientos de formación de un ciudadano más completo.

El exceso de ruido característico de esta época sobre aspectos puntuales de la educación, obliga a preguntarse ¿cuál es el conjunto de ideas —léase filosofía— que sirve de base a la experiencia educativa panameña? ¿Esos presupuestos formulados durante la primera mitad del siglo XX, aún están vigentes?

Las autoridades no logran un consenso político capaz de modificar el estado de cosas, ni un acuerdo que posibilite cambiar el currículo. Los dirigentes que controlan al sector docente y los propios educadores no alcanzan a formular un escenario de su práctica profesional en la dirección de satisfacer las urgencias del país para consolidar su sociedad del futuro.

Al parecer la dirección que toma el desarrollo está divorciada de la realidad formativa en Panamá y la oferta no se compagina con la demanda. Un par de ejemplos lo explican. ¿Cuántas personas se requieren para atender la explosión del sector turístico y cuánto tiempo demorará su preparación? ¿Dónde están todos los ‘chefs’, mucamas y guías turísticos bilingües que se necesitan en la ciudad capital y en provincias?

El conjunto de factores que se pone en juego cada día en el país para brindar indicadores de un perfil en la población estudiantil apunta hacia un individuo superficial, sin valores éticos, incapaz de explicar coherentemente lo que sucede a su alrededor, porque no cuenta con las herramientas para articular un discurso medianamente claro, capaz de permitirle establecer un proceso de comunicación con los demás.

Ante esta perspectiva, hay que revisar cuándo fue que empezamos a poner estos asuntos en un segundo plano y olvidarnos que si hay algo que tiene importancia en cualquier propuesta de desarrollo es la formación de los individuos que habrán de darle coherencia a una cultura nacional en el futuro.

No es un problema de cantidad de escuelas, de su situación ni de los salarios docentes. Es un asunto más profundo, integral y trascendental y que debe alcanzar hasta el momento más puntual en el aula, que le permita a Paul Antonio saber qué es la ética a sus nueve años y que haga de ella una herramienta para comprender las múltiples facetas de sus vivencias cotidianas.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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