• 14/03/2012 01:00

Conjugando el verbo ‘renunciar’

En el vernacular de nuestra política criolla se dice que los funcionarios de alto nivel, especialmente los ministros, no saben conjugar ...

En el vernacular de nuestra política criolla se dice que los funcionarios de alto nivel, especialmente los ministros, no saben conjugar el verbo ‘renunciar’, denotando con ello que se aferran a sus cargos contra viento y marea, por razones puras o impuras, muchas veces a costa de su buen nombre. Por eso la intempestiva renuncia de un ministro la semana pasada nos resulta un acto fuera de lo común.

Si la memoria no me falla, un acto similar solo ha ocurrido en tres ocasiones en los últimos años. El primer caso se dio en enero del 2006 cuando el ministro de Desarrollo Agropecuario, Laurentino Cortizo, en desacuerdo con una decisión que le imponía el presidente Torrijos, relacionada con las negociaciones del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, prefirió retirarse del cargo antes de lo que consideró significaba entregar la soberanía sanitaria panameña a las autoridades norteamericanas.

El segundo caso ocurrió el pasado julio cuando el también ministro de Desarrollo Agropecuario, Emilio Kieswetter, renunció al cargo por lo que consideró una falta de respaldo presupuestario para su sector, que le impedía llevar respuestas impostergables al agro panameño para siquiera paliar sus enormes carencias.

Ahora, acaba de ocurrir una tercera renuncia de un ministro que, entre la espada y la pared, ha sido abierta y públicamente desautorizado, en concierto, por su jefe y por su subalterno.

Observo que las tres renuncias han tenido motivaciones distintas. La de 2006 trata de un ministro honestamente convencido de que se causaría un grave daño al sector agropecuario y a los consumidores panameños otorgando a las autoridades norteamericanas la facultad exclusiva y definitiva de decidir sobre el estado sanitario de los alimentos que importáramos de allá. Por tanto, rehusó firmar el documento anexo que se le presentó, preparado fuera de Panamá, cediendo nuestros derechos. Cuestión de principio.

La segunda renuncia fue motivada por un individuo que prefirió retirarse antes de convertirse en una figura inocua y anodina, incapaz de resolver los evidentes problemas de un agro ineficiente y abandonado, víctima de una desleal competencia extranjera. Cuestión de respeto propio.

La última renuncia se debe, a todas luces, a la incapacidad manifiesta para liderar una organización después de haber sido desautorizado por su jefe y humillado por su subalterno. Resultaría así imposible dirigir con eficiencia la lucha contra la inseguridad y el delito, a sabiendas del poco caso de sus subalternos. Cuestión de dignidad.

Una cosa es que el funcionario renuncie por decisión propia y otra, que ‘lo renuncien’; porque en el sector público quien nombra, salvo que se trate de una situación especial, tiene plena facultad para destituir a voluntad. En el sector privado se logra mediante el pago de las prestaciones laborales que correspondan, pero en el sector público, el despido no va acompañado ni siquiera con las ‘gracias por su colaboración’. En las relaciones entre el jefe del Ejecutivo y sus colaboradores más cercanos, como los miembros de su gabinete, resulta así de fácil, excepto si existen sólidos compromisos políticos cuyo rompimiento ha de causar una grave crisis entre partidos gobernantes. Recordemos que algo así ocurrió hace veinte años al separar a los demócratas cristianos de aquel gobierno y también el año pasado cuando se rompió la alianza de este gobierno con el panameñismo.

Las renuncias reseñadas no han tenido repercusiones políticas de consecuencia, porque fueron dimisiones ocurridas en las propias filas del único partido gobernante, fuera PRD entonces o Cambio Democrático ahora. Por eso el presidente ya señaló que nada pasará. Excepto que el jefe de Policía ya nos mostró su poder político. Que es mucho.

EXDIPUTADA DE LA REPÚBLICA.

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